Capítulo 6: Concepción

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Mayo

Julen Vidal

     Creí que no me hablaba porque estaba avergonzado por su comportamiento, solo cerró los ojos y se apoyó en la ventana durante todo el camino a mi casa. Vivía en un lugar decente: sala y cocina, un par de habitaciones y dentro de una de ellas un sanitario y ducha. También tenía porche y jardín trasero. Cuando llegamos, tuve que tocarlo para que se diera cuenta de dónde se encontraba, me pareció que había estado durmiendo. Fue muy extraño, pero nada comparado con lo que ocurrió después.

     —¿Es tu propia casa? —me preguntó echando un vistazo alrededor. No era mía sino de mi madre, ella creció ahí antes de conocer a papá y mudarse, cuando cumplí catorce mis abuelos maternos fallecieron y mamá heredó la propiedad. Desde entonces la rentaba, pero al ser admitido en la universidad me la cedió. Ella y mi hermana me visitaban de vez en cuando, papá nunca lo hacía, nuestra relación siempre fue distante porque él era adicto al trabajo y pasaba mucho tiempo fuera, en mi adolescencia pensaba que solo llegaba a la casa a fastidiar. Sin darme cuenta, le solté toda la información al tipo de los tatuajes, quería que se sintiera cómodo, aunque parecía no prestarme mucha atención.

     En cuanto el pequeño y tatuado tipo notó mi refrigerador se lanzó a él, sacó mi cartón de leche de almendras y bebió sin usar vaso, incluso se escurrió un poco del líquido por la comisura de su boca. Mamá había pasado un par de días conmigo esa semana, antes de irse horneó rollos de canela y dejó unos cuantos dentro de un recipiente de plástico sobre el comedor, pues esos rollos también fueron víctimas del apetito voraz de mi invitado. Él ni siquiera me pidió permiso, solo los vio y empezó a echárselos a la boca y a beber más sin masticar adecuadamente. Incluso sus ojos se llenaron de lágrimas en su premura por injerir sin respirar. ¿A quién había recogido en ese bar de moteros? Creí que era un humano, pero no... ahora estaba bastante seguro de que era un cerdo con tatuajes, lo supe sin duda alguna después de oír el eructo.

     —¿Un retrete? —me preguntó con la boca llena, pude ver trozos de un rollo de canela semimasticado.

     —En mi habitación —señalé. Él entró corriendo en ella y se encerró en mi sanitario. Me pareció oírlo vomitar en tanto yo limpiaba el desorden de migajas y gotas de leche. Estaba bastante asqueado y ese tipo ni siquiera me había dicho su nombre, definitivamente no me iba a acostar con él. Luego de unos minutos lo escuché abrir la ducha y resoplé con molestia, se estaba dando un baño sin pedirme permiso; era un confianzudo y yo me lo tenía bien merecido por meter a cualquiera a mi casa. Me senté en el sofá de la sala a planear cómo hacer para sacarlo de ahí sin que se viera muy fea mi actitud, había dejado en el bar a mis amigos para estar con una persona que ya no me parecía sexy, ¿recuerdan a Eugene?, él también nos había acompañado esa noche. En un inicio les platiqué que me gustaba mucho, pero luego de lo que hice con el tipo de tatuajes en el callejón, mi compañero me empezó a parecer muy... ya saben... ¿normal? ¿sin emoción?; era divertido y todo eso, pero no podía dejar de pensar en el exhibicionista, a pesar de que en ocasiones tenía encuentros sexuales con Eugene yo quería saber cómo era en la cama un hombre tatuado y rebelde como en las historias de Luan y su degenerado vocalista. Le había dicho al motero desagradable que había empezado a visitar el bar para encontrarlo, eso era cierto, me obsesioné con volver a verlo, pero pasó un mes y él no daba señales de vida, así que perdí la esperanza. Entonces, al fin lo volví a hallar y terminé comprobando aquello de que las segundas partes no son buenas. La primera vez fue tan loco y sensual, ahora solo era incómodo, o eso creí hasta que el tipo salió de mi habitación completamente desnudo.

     —Usé tu cepillo de dientes —me informó con una naturalidad que me dejó pasmado. Una parte de mí sintió asco, a la otra le importó menos que un pepino. ¡Ese descarado era hermosísimo! Siempre sentí ganas de verlo desnudo, no solo por una cuestión sexual sino por la necesidad de averiguar el punto más íntimo de aquellos diseños tatuados en su piel. Su cuerpo era delgado a diferencia de nuestro primer encuentro, podía ver que se había sometido a una dieta estricta; sin embargo, no lucía escuálido porque sus músculos estaban bien definidos.

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