Capítulo VI: Confesión (I/II)

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Mediados de la quinta lunación del año 304 de la Era de Lys

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Mediados de la quinta lunación del año 304 de la Era de Lys. Una de las ciudades libres.

I

Soriana

—¿Qué crees que haga la reina Nayla ahora? —me preguntó Keysa mientras caminábamos por el bosque.

—Lo primero será intentar recuperar las fuerzas de su gente.

Keysa suspiró, luego volvió a preguntar:

—¿Es difícil? —Cuando vio mi confusión, aclaró—: Digo, ¿es difícil que un hada recupere su poder? Se veían bastante débiles. Tenían mucho más tiempo que yo allí, creo que por eso el ethel y la inanición no me afectaron tanto como a ellos.

—La magia de las hadas es muy fuerte —intervino Aren— y más la de las reinas. De seguro, Nayla usará la de ella para restituirlas y luego, poco a poco, se recuperarán y volverán a ser lo que eran.

Sopesé las palabras de mi amigo. En mi cintura llevaba colgado el talego con las lágrimas cristalizadas de la reina. Tal como él había dicho, la magia de las hadas era poderosa, por eso eran tan perseguidas. El obsequio que Nayla me había dado pensaba emplearlo de manera concienzuda.

—Apuesto a que una vez tengan las fuerzas necesarias, matarán a los cazadores de la liga que vigilan Skógarari. —Podía imaginar a la belicosa Nayla cobrando venganza—. Pero hasta que eso pase, sería bueno que permanecieran ocultas. Y nosotros debemos apurarnos en dejar este bosque.

Y así hicimos. Un poco después del amanecer salíamos de Skógarari.

Renovamos los hechizos de camuflaje para cubrir el rastro de nuestra magia y evitar que el sorcere oscuro pudiera encontrarnos. El cabello, que volvió a ser blanco durante la travesía por la reserva boscosa, lo cambié de nuevo por negro, pero con tintura. El color de mis ojos lo mantuve igual. Modificarlo implicaba mantener constantemente sobre mí el hechizo y eso supondría un agotamiento prematuro, ya era suficiente con mantener oculto el rastro de mi magia. Tenía que guardar la fuerza que me quedaba para cuando enfrentara al morkenes.

Casi al mediodía, llegamos a una de las ciudades libres que no estaban bajo el dominio de ningún reino. Me sentía agotada, necesitaba dormir.

Aren pidió dos habitaciones y agua caliente para el baño. Ahora que Keysa volvía a estar con nosotros, encontraba extraño no compartir el cuarto con él.

Luego de asearnos, me metí bajo las sábanas, ni siquiera quise almorzar. Keysa, en cambio, me sorprendió cuando bajó a comer. Ella siempre había evitado las aglomeraciones de personas y más en las tabernas. Estaba distinta, la notaba más segura de sí misma. Me alegré por ella, era una muchacha muy fuerte, más de lo que suponía.

Una vez me quedé sola, me dispuse a descansar. Quería dormir, tenía el cuerpo y el espíritu agotados, pero no lograba conciliar el sueño. Giré varias veces en la cama; me arropé y me destapé; conté ovejas; cambié decenas de veces de posición, hasta que me di por vencida y me senté en el colchón.

Augsvert III: la venganza de los muertosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora