Séptima lunación del año 304 de la Era de Lys. Frontera oeste de Augsvert, muy cerca del pilar del Oeste.
II
Soriana
Cuando Aren se marchó me quité el vestido y me puse una túnica oscura de un material más cómodo y resistente, trencé mi cabello y sujeté la espada a mi cinto.
Era un poco irónico que desde que Assa aldregui llegó a mí había tratado de deshacerme de ella, pero en aquel instante agradecí tenerla conmigo. El medallón que le había quitado a la estatua del dios Erin colgaba de mi cuello. No tenía idea de que podía significar, sin embargo, me sentía más segura teniéndolo cerca, así como el talego con las lágrimas de la reina Nayla.
En este último sí tenía depositada mi fe.
Aren tenía razón, yo no estaba lista para hacerle frente a Dormund y no solo por la herida en mi pecho que todavía no sanaba del todo, sino porque cada vez que usaba magia me debilitaba. Hubiese querido que ser la reencarnación del príncipe Alberic se acompañara de conocimientos en magia antigua, fuerza o poder inigualable. Algo me decía que estaba empleando mal la magia del libro.
Antiguamente, Morkes y Lys habían sido uno solo: Erin. ¿Acaso no era lógico pensar que también la magia había sido una antes de dividirse en negra y blanca? Yo no lograba fusionarlas, únicamente la negra dominaba mi poder y también me estaba acabando.
Claro, cabía la posibilidad de que estuviera equivocada, de que la magia de Lys y Morkes fuesen definitivamente opuestas e incapaces de unirse; de que luego de la caída de los alferis como protectores de la magia de Erin; esta se hubiera escindido sin remedio. Si ese era el caso, era inútil de mi parte intentar hallar la salvación en la unión de las dos magias.
Por eso las lágrimas de Nayla eran mi esperanza última. En el momento en el que Morkes reclamara mi alma, esperaba poder usarlas y ganar un poco más de tiempo.
Cuando estaba lista para salir, tocaron a la puerta.
—Adelante —dije.
Moira, vestida con su armadura negra y la capa azul de la guardia real, entró. En sus manos cargaba una caja de plata bruñida. Reconocí el emblema en el frente: mariposas. Mi corazón empezó a latir con fuerza al imaginar lo que contenía.
—Alteza —La capitana, con los ojos brillantes como una noche estrellada, colocó una rodilla en el suelo y me extendió la caja—, os será útil, era de vuestra madre.
Estiré mi mano, pero antes de tocar el metal retraje los dedos, temerosa, tal si estuviera a punto de cometer un sacrilegio.
—No, no sé si deba —dije con voz trémula.
—Es vuestra. —Moira se levantó—. Sois su heredera, haced con ella lo que queráis, pero creo que debéis usarla. Fue hecha por el mismo herrero que forjó la Escarchada. El metal, aunque dúctil y liviano, es muy resistente.
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Augsvert III: la venganza de los muertos
FantasyContinuación de El retorno de la hechicera. Último libro de la saga.