Caminos separados (III/III)

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Séptima lunación del año 304 de la Era de Lys

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Séptima lunación del año 304 de la Era de Lys. Aaberg, reino de Augsvert.

III

Aren

Antes del anochecer se hicieron visibles las altas torres de heirdsand terminadas en puntas que ribeteaban el palacio Adamantino. Más allá Aarbeg, con las estilizadas y orgullosas construcciones de la ciudadela, erguidas hacia el cielo, en cuyo centro se alzaba el majestuoso palacio Flotante, con sus molduras de oro y sus incrustaciones de lapislázuli.

Era una vista hermosa la que ofrecía Augsvert desde las alturas. Ningún reino podría jamás igualarlo en belleza.

Hice descender el hipogrifo cerca de la torre de vigilancia del puesto de control fronterizo para poder acceder a través del domo de Augsvert. A pesar de que me presenté y le dije que era el comandante del segundo destacamento, fue difícil convencer al centinela de mi identidad, había perdido mis documentos hacía mucho. Mi atuendo maltrecho y mi aspecto desaliñado no ayudaban tampoco. Tuve que mencionar el nombre de pila y apellido de varios de sus superiores y amenazarlo con reportarlo con ellos para que lograra creerme y me dejara pasar.

Una vez del otro lado del domo, monté de nuevo y me dirigí a mi casa en la ciudadela, quería ver a mis padres y descansar, ya por la mañana iría al palacio Flotante con la reina y con Englina.

¡Casi un año sin verlos!

No podía creer que de nuevo estaba en casa y por el recibimiento que me dieron, mamá y papá tampoco lo creían.

Esa noche conversamos de todo lo que había vivido fuera de Augsvert y aunque les platiqué del hechicero oscuro, evité mencionar que la sorcerina que me había ayudado era Soriana, la legítima reina de nuestra nación, volví a llamarla Ariana.

A la mañana siguiente, luego de darme un baño y rasurarme, me vestí como era apropiado a un sorcere miembro del Heimr y partí al palacio Flotante para entrevistarme con la reina, debía poner en marcha cuanto antes el plan que había ideado y desenmascarar al hechicero oscuro o a sus aliados.

Volví a sentir la familiaridad de lo conocido en cuanto atravesé los extensos jardines del palacio. Al entrar al castillo, su esplendor me abrumó. Llevaba mucho tiempo entre posadas rústicas y durmiendo a la intemperie. A esa hora de la mañana la luz se colaba por los pasillos abiertos al exterior, luego se descomponía en multitud de colores debido a los vitrales de los grandes ventanales y rebotaba en el suelo de brillante heirdsand. Era un espectáculo hermoso ver la luz reflejada como si fueran siluetas multicolores.

Nunca ningún reino sería más hermoso que Augsvert, nunca más grande que mi nación.

Me anuncié y los sirvientes me hicieron pasar al pequeño salón donde la reina atendía sus asuntos privados. Me senté en una de las altas sillas cubiertas de terciopelo azul y aguardé la llegada de la soberana.

Un sirviente entró trayendo diferentes panecillos, agua y vino de pera. En cuanto salió, entró Englina.

La figura alta y estilizada de mi prometida estaba ataviada por un sencillo vestido de seda de araña de un amarillo pálido adornado por finas cadenetas de oro que bordeaban su cintura y cadera, resaltando la silueta curvilínea. El cabello dorado lo llevaba suelto sobre los hombros. Al verme, Englina esbozó una sonrisa entre lágrimas de alegría y corrió a abrazarse a mi cuello. Yo sujeté su cintura y le correspondí con afecto. Teníamos casi un año sin vernos.

Augsvert III: la venganza de los muertosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora