II
Soriana
En el sueño, el timbre suave y delicado de una armónica me envolvía, se confundía con el dulce trino de los pájaros y el arrullo de las aguas del río. El rocío que se desprendía de la cascada se descomponía gracias a los rayos del sol en miles de fragmentos multicolor. El Ulrich, grandioso, surgía de entre la montaña cubierta de niebla y hielo. El savje primigenio fluía en la corriente, impidiendo que las aguas se congelaran.
El precioso y esbelto cuello giró hacia mí.
La seda de su pelo blanco se agitó, cuál si fuera una tormenta de nieve. Agua clara, gotas iridiscentes, hielo fundido: los ojos grises de mi madre, cristalinos como el Ulrich, me miraron.
Mi corazón navegaba en un mar de dicha inefable mientras la contemplaba. Era ella, Seline, la reina Luna, mi mamá.
Sonrió y sus níveos brazos me envolvieron, me estrecharon contra su pecho suave y cálido. Los dedos largos se perdieron en mi cabello, acariciándolo con ternura. Mi madre susurraba en mi oído palabras de consuelo.
Yo quería decirle que lo sentía, pedirle perdón por tantas cosas pasadas y dolorosas. Deseaba que ella supiera que me arrepentía. Pero como en otros sueños, el cielo, antes límpido y brillante, se oscureció. Mi madre se volvió brea en mis brazos, se derritió hasta fundirse con las piedras y su ausencia me dejó una sensación de desolada desesperación.
Quería retenerla, que no se fuera, que no desapareciera. Solo la música continuaba sonando igual: un arrullo suave y dulce en medio de mis gritos.
Me incorporé de golpe y me encontré sudando en la oscuridad. Cuando tomé una gran bocanada de aire, el pecho me dolió.
Estaba en una cama en algún lugar desconocido. Ansiosa, hice aparecer una luminaria rojiza con un movimiento de mis dedos y así pude ver con claridad el sitio donde me encontraba. Era una habitación pequeña, amoblada de manera sencilla: la cama de dos plazas donde estaba, un armario, un sillón y una mesita. Las ventanas se hallaban cerradas y las cortinas blancas, corridas.
Cerré los ojos un instante y exhalé varias veces hasta deshacerme de la angustia que ese sueño recurrente siempre me dejaba. Sin embargo, en este había una cosa nueva: la música. En los anteriores no había ninguna melodía. Al evocar el sueño la identifiqué: era la armónica de Aren, aquella canción que él solía tocar y que me gustaba.
Poco a poco mi respiración fue relentizándose y los latidos de mi corazón se aquietaron. Volví a mirar a mi alrededor, no sabía dónde me encontraba y no podía descartar que fuera la prisionera de mi prima.
Recordé la herida que me había ocasionado con su espada y miré mi torso cubierto por un camisón de lino blanco que no era mío. Al tocarme el pecho sentí dolor.
—¿Dónde estoy? ¿Qué pasó después de que Englina me apuñaló?
Lo último que recordaba era la espada de mi prima atravesándome el pecho y los ojos de Keysa mirándome horrorizados en medio de una lluvia torrencial.
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Augsvert III: la venganza de los muertos
FantasyContinuación de El retorno de la hechicera. Último libro de la saga.