Capítulo X: El príncipe Alberic y el Cuervo (II/III)

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Séptima lunación del año 304 de la Era de Lys

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Séptima lunación del año 304 de la Era de Lys. Ausvenia, reino de los alferis.

II

Soriana

Atravesamos el patio de armas hasta el otro extremo, donde Athelswitta nos hizo descender por unas escaleras de piedra. En ese sitio subterráneo y poco iluminado el frío era mayor, el olor a moho y humedad se metía en los pulmones y dificultaba respirar. Atravesamos toda la galería y entonces ella sacó un manojo de llaves de cobre, abrió una pesada reja de hierro y nos empujó dentro de una celda.

No había hechicero oscuro, solo piedra y oscuridad.

En esa mazmorra fría y lúgubre el tiempo se deslizaba con pesados pies de plomo, era imposible calcular cuanto había transcurrido a menos que tomáramos en cuenta las cuatro veces que un soldado había entrado para dejar comida y agua dentro del cal...

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En esa mazmorra fría y lúgubre el tiempo se deslizaba con pesados pies de plomo, era imposible calcular cuanto había transcurrido a menos que tomáramos en cuenta las cuatro veces que un soldado había entrado para dejar comida y agua dentro del calabozo.

Al menos estaba con Keysa y eso era un gran alivio.

Pero ya no podía esperar más, las cosas no habían salido como quería, los alferis nunca confiaron en mí, al contrario; el hechicero oscuro tal vez consideró que éramos demasiado insignificantes como para dignarse a vernos y ahora Keysa y yo estábamos condenadas a pudrirnos en esa oscura celda.

La gruesa reja de hierro se abrió, pero esta vez no era un soldado cualquiera él que entraba para traernos comida, sino Caleb.

—¡De pie! —ordenó el comandante alferi.

Tanto Keysa como yo obedecimos, él nos ató las manos con ethel y nos sacó de la mazmorra.

—¿A dónde vamos? —le pregunté.

Volteó un poco sobre su hombro, pero no contestó. El silencio solo era interrumpido por el traqueteo de nuestros pasos sobre la piedra resbaladiza. En las paredes del corredor, precariamente iluminado, se proyectaban nuestras sombras de una forma grotesca mientras avazábamos. Pensé en el Cuervo. Tal vez este era el momento y Caleb nos llevaba ante él.

Un relámpago de excitación me recorrió al pensar que ese pudiera ser nuestro destino. Por fin, lo que estaba esperando sucedería, tendría frente a mí al hechicero oscuro para acabarlo. Liberaría el alma de mi madre de su cautiverio. Tal vez los dioses me permitirían verla por una única vez. Quizá... quizá pudiera pedirle perdón.

Augsvert III: la venganza de los muertosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora