Capítulo XV: Eran uno (I/III/

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Séptima lunación del año 304 de la Era de Lys

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Séptima lunación del año 304 de la Era de Lys. Fores, frontera este de Augsvert, cerca de las canteras de Heirdsand .

I

Keysa

La madre de la capitana Moira era una mujer taciturna y de pocas palabras. La tarde en la que Soriana, Aren y el resto se fueron a defender Augsvert, pasó la mayor parte del tiempo lo metida en sus quehaceres, que no eran muchos y se componían principalmente del mantenimiento de esa casa cercana a los acantilados.

Aparte de la mujer, había un par de sirvientes y como ella no me prestaban atención. Cada uno cumplía deberes y deambulaban por los pasillos entretenidos en sus obligaciones. Así que yo era una especie de fantasma que vagaba entre habitaciones perfumadas con el olor de la brisa marina, mordiéndome las uñas y rezando a los dioses para que la batalla estuviera saliendo bien y nada malo le sucediera a las personas que amaba.

Me era difícil comprender cómo Melisandra, la madre de Moira, podía estar tan tranquila arreglando su huerto en la hora del crepúsculo mientras sus hijos se jugaban la vida en la frontera. ¿Era una cuestión de confianza en las habilidades de ellos o en el amor y la protección que los dioses les brindaban? ¿O era simple costumbre? La capitana y su hermano llevaban desde siempre siendo soldados y arriesgándose por otros. Tal vez la madre, acostumbrada a esa realidad, la asumía sin atormentarse.

Yo no era así, no me sentía preparada para asumir que algo malo pudiera pasarle a Soriana o a Aren por defender y proteger un reino que les había dado la espalda. Lo único que quería era que regresaran bien.

¿Era egoísta? Quizá. Y, sin embargo, ¿quién no lo era en su hora más oscura?

No soportaba estar dentro de la casa con las presencias ausentes que se paseaban por sus corredores. Salí al exterior donde el sol ya no brillaba, pues se había hundido detrás de las montañas de Ausvenia. Las olas rompían contra los acantilados y me parecían iguales a lamentos. Un llanto penoso en el cual el mar pedía a gritos socorro.

Me encontraba alterada, con la mente llena de presagios funestos, necesitaba tranquilizarme y conectar con mi propio interior. Desde hacía un tiempo lograba hacerlo y percibir en lo que me rodeaba el mismo savje que latía en mi cuerpo. Cerré los ojos y me dediqué a sentir. No había pasado mucho cuando los abrí de golpe y vi en el cielo negro salpicado de innumerables estrellas, un hipogrifo que volaba hacia la casa.

Mi corazón de inmediato cayó en la zozobra. Supe que no era bueno que una única montura llegara, era casi un hecho que cargaba en ella alguna tragedia.

El hipogrifo asentó las grandes patas en el suelo rocoso, dio algunos pasos antes de detenerse por completo. Aren descendió cargando con un cuerpo inerte. Mis peores miedos se hicieron realidad en ese momento al contemplar el cabello blanco derramarse entre sus brazos.

—Aren. —Corrí hasta él—, ¿qué ocurre?

Soriana yacía inconsciente mientras una multitud de venas negruzcas surcaban su piel, como si una telaraña hecha de brea la cubriera.

Augsvert III: la venganza de los muertosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora