1. Crush

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Despertar es molesto. Odioso. Pero lo es más cuando el causante es ajeno a tu control. El sonido de la reversa de un auto a todo volumen me hace volver al mundo real. El sol apenas se asoma por las rendijas de mis persianas. Me enderezo con dificultad y tallo mis ojos para liberarme del shock que causa levantarte un viernes de vacaciones de invierno.

Hace frio. La primavera vendrá pronto y con ella el montón de alergias que no me dejan vivir tranquila. La piel de mis pies se queja por el súbito contacto con el piso. Escucho voces afuera en la banqueta y el ruido de la televisión en la sala de estar.

Mis padres no se encuentran en casa debido a su trabajo carente de días libres después de las fiestas de fin de año. Durante las vacaciones estoy bajo el cargo de mi hermano Eric. No es la mejor opción, es un completo desastre, a sus trece años no se comporta como un ser humano funcional.

Miro mi reloj, son las diez de la mañana, un horario que ofende mi rutina de descanso. Sin embargo una vez que me despierto, no puedo volver a cerrar los ojos.

Abro las persianas y el leve rayo de sol choca con mis ojos. Con curiosidad observo un camión frente a la casa vacía del al lado. Un montón de trabajadores cargan cajas y muebles envueltos en plástico y cartón.

—¡Eric! —llamo a mi hermano para que se asome conmigo, pues solo mi habitación dirige sus ventanas hacia la calle. —Eric...

Mi hermano sube después de mi insistencia. —Enana, tu cereal ya se aguado. De hecho ya me lo comí. Tendrás que servirte otro —parlotea al entrar por la puerta de mi habitación. —¿Qué sucede? —pregunta cuando me mira muy atenta pegada a la ventana.

—Se están mudando —señalo.

—¿Crees que no me di cuenta? Llevan haciendo ruido toda la mañana —habla colocándose a mi costado.

—¿Qué tipo de gente es? —pregunto imaginando que él posee más información.

—¿Y cómo voy a saberlo?

Ruedo los ojos y suspiro pesado.

—Te serviré otro plato de cereal, pero si no bajas en cinco minutos tendré que volvérmelo a comer —sentencia para después sacudir mi cabello con la palma de su mano.

La causa de mi curiosidad es que hace mucho tiempo que esa casa está vacía. He escuchado a mi madre decir que nadie le llega al precio. Entiendo que puede ser costosa. La ciudad de Anyang se encuentra muy cerca de la capital y sus precios son elevados, además el vecindario en el que vivo es muy tranquilo y bonito.

Estoy a punto de bajar al comedor, pues no quiero quedarme sin cereal cuando un auto gris se estaciona frente a mi casa, detrás del camión.

De él sale un hombre alto abrigado hasta la cabeza por el frio de la mañana, una mujer delgada de cara muy fina con el cabello recogido en una coleta baja y un chico que obviamente sería su hijo.

Fijo mis ojos en el menor que baja del asiento de atrás. De tez blanca y cabello castaño rojizo, muy alto para ser un niño pero no lo suficiente para ser un joven adulto. Sus padres se adelantan y él se queda atrás mirando la casa. Como si se estuviese convenciendo de su nuevo hogar.

Lo miro y me lleno de una paz inexplicable.

—Leyla... —grita Eric desde la planta baja. —Tu cereal.

Me sobresalto y empujo la persiana con mi codo, regreso mi vista hacia la calle para darme cuenta que el nuevo vecino ya no admira su nueva casa. Mis ojos y los suyos se cruzan y yo me petrifico al instante. Él se quita los lentes de pasta y me sonríe dejándome fría, después de eso hace una V con sus dedos y me cierra el ojo derecho.

Just One Day (KSJ)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora