4. Superman

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Algo gracioso de los hombres con quienes vivo; es lo inconvenientemente dependientes que pueden llegar a ser.

Recuerdo la vez en que mamá sufrió una cirugía dental. Al día siguiente fue al trabajo, hizo las compras por la tarde y llego a casa a tiempo para servir la cena.

Mi padre pasó por un resfriado a inicios de año y tuvo que faltar al trabajo debido a los escalofríos que eran demasiado para él, no podía siquiera levantarse de la cama.

Afortunadamente yo no he vivido ninguna situación de ese estilo, puedo afirmar que mis días de regla son las únicas ocasiones en las que he llegado a sentirme débil, pero jamás he dejado de realizar mis tareas o faltado a la escuela por lo mismo.

Lo ocurrido en el partido y el diagnóstico médico trajeron a casa una tormenta de quejas, lloriqueos y peticiones de parte del basquetbolista estrella.

Sentado en una silla de ruedas, Eric es incapaz de comportarse como un ser humano funcional y, al ser el último eslabón de la cadena autoritaria de esta familia, la mayoría de las tareas para cuidar o complacer al lisiado recaían en mí.

Eric faltó a la escuela el primer día de la semana después del partido. Mamá se pidió un permiso para cuidar de él, pero podías verla dando vueltas por toda la casa con el teléfono pegado a la oreja dándole indicaciones a sus supervisados en la oficina.

En cuanto cruzo la puerta, después de mi día de escuela, mi madre suelta un suspiro y me mira suplicante para que atienda a su hijo.

No me dice nada pero entiendo lo que me pide. Sin emoción alguna ayudo a mi hermano mayor para que pueda comer frente al televisor.

—Pásame cinco servilletas y la salsa de soya, enana.

Le doy un golpe en la nuca con la palma de mi mano. —Se dice por favor.

Él tuerce la boca y accede a pronunciar esas simples palabras. Una vez que puede comer por sí solo, aprovecho el tiempo para cambiar mi uniforme por ropa cómoda y sacar mis deberes escolares. Sin embargo, el gusto de estar en mi habitación no me dura mucho, pues Eric me llama desesperado para que lo ayude a trasladarse a otro lado de la casa.

— ¿Qué necesitas? —pregunto al tiempo que bajo las escaleras y con pesar observo que en el suelo yace tirado su vaso metálico y un charco de líquido se esparce alrededor de su silla de ruedas.

Frunzo el ceño y me pregunto qué edad tiene ese sujeto que se dice llamar mi hermano mayor.

Voy por un trapo y limpio la mancha. Después de eso me pide que lo lleve al patio frontal de la casa.

— ¿Puedes traer mi balón? —pide como si yo supiera donde lo guarda. — ¿Por favor? —concluye al darse cuenta de que no le pondré atención mientras siga siendo grosero.

Después de recibir sus indicaciones abro el garaje y saco su estúpido balón. Sentado en la silla de ruedas, Eric me pide botarlo un par de veces y lanzárselo para después él encestarlo en la canasta que mi padre le instaló.

—Eres una pésima asistente ¿sabías? —me reclama cuando la pelota vuela por arriba de sus manos.

—Tal vez es porque no soy una asistente.

—Me has visto entrenar desde que naciste, ¿Me estás diciendo que no sabes lanzar un balón? —habla con brusquedad antes de aventarme la bola directo a las manos logrando que milagrosamente la atrapara sin siquiera proponérmelo.

Repetimos ese ciclo por casi una hora, a él no le importa que estemos debajo del rayo de sol ni mucho menos que yo tengo cosas más importantes que hacer. Estoy a punto de decirle que quiero parar hasta que el sonido de un auto acercándose interrumpe "nuestra práctica".

Just One Day (KSJ)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora