El efecto espectador

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Rayco Nemas: 

El sol ya brillaba en el horizonte cuando me desperté, aturdido dentro de la fuente central en el recinto sin techo. Sin contemplaciones aparto el pie sucio de el hombre de enfrente, me levanto y salgo del agua. Observo a mi alrededor para en contarme con mis invitados todavía pintados durmiendo por todas partes de mi mansión. Sonrió complacido. Sin duda, esta es la mejor fiesta que he dado en años, al fin, he conseguido parte de la información que necesitaba. Camino distraído hacia la cocina y termino topándome con una masa de gente, paralizada murmurando y un fuerte olor a vomito inunda mis fosas nasales.

-Dicen que lo encontró escupiendo sangre-decían unas jóvenes.

Y más comentarios sin sentido.

-¿Qué está pasando aquí?-las pregunté.

Las chicas me miraron con miedo e incluso terror en sus fracciones, pero no me contestaron y siguieron mirando al frente, como si allí se encontrara la respuesta. Ignoré el asqueroso olor que había en el aire y me hice paso en pujando sin miramientos a la gente. Entonces, lo veo: me acerco apresuradamente hacia el joven y cruzo el charco que no es licor, sino sangre. Con solo ver su pecho destrozado, dejándome ver parte de sus órganos, también dañados, se que el joven irreconocible ya no respira, pero aún así, me rodillo y busco el pulso del muchacho con la cara destrozada, grabada a fuego, como un tatuaje sobre su antes piel lisa que ahora yace con una cruz con un sol en el centro. El silencio devuelve la respuesta a mi pregunta y confirma mis suposiciones: está muerto.

Gritó a los jóvenes testigos de aquella atrocidad que llamen a la policía, a urgencias mientras atiendo a Livia, una de las tres personas que se ha desmayado al ver aquel río escarlata manchando las baldosas blancas de la cocina, pero ninguno de hace caso, como si fueran marionetas sin amo y no se mueven de donde se encuentran.

Maldigo para mis adentros y la sacudo mientras pongo el altavoz del teléfono, llamando al 112, el número de emergencia de la Unión Europea y una voz masculina no tarda en contestarme:

-122, dígame, ¿Qué ha sucedido?-pregunta

-Un joven muerto con el pecho y la cara destrozadas-explico superficialmente, mientras trato de calmarme.

-Necesito que me diga su ubicación , señor Nemas- exhorta a través de al línea.

-Mansión Nemas en la calle Mauricio Peña Cruz 1, Puerta 5-recito memoria la ubicación de mi casa.

Echo a toda aquella gente de la cocina y las traslado al patio, a donde me siguen sin poner objeciones, como si de un rebaño de ovejas se trataran. Luego me dirijo a los sofás de la sala de ocio que conecta con la cocina y me encuentro con las tres personas desmayadas sentadas, recuperándose del bajón de tensión que han sufrido. Tras comprobar que se encuentran bien, me dirijo hacia la joven que encontró el cadáver, que se encuentra, todavía temblando y con los ojos muy abiertos, escondida entre dos muebles.

Me acerco despacio, como si ella fuese un cervatillo asustado, me acuclillo y la pregunto suavemente:

-¿Te llamas Frida, verdad?

Al verme, la chica abre aún más los ojos y me da la impresión de que se la van a salir de las cuencas, pero logra asentir con la cabeza y suspiro. Cuando estaba sacando a los invitados de la cocina envié a mis empleados de mayor confianza, pero Frida no había contestado a ninguna de sus preguntas, cosa que no era de extrañar viendo el estado en el que se encontraba, como si su cuerpo estuviese en la tierra pero su mente en otro planeta.

Me senté en el mueble, cerca. Ahora solo había que esperar a que los expertos viniesen y se hicieran cargo de aquel gran desastre.

Livia:

Espero que nunca os suceda lo que me sucedió a mi, porque, no fui de ayuda alguna. Entré a la cocina cuando escuché el ruido de cacerolas caer en el suelo y un grito ahogado de terror. Luego vi sangre, montones y montones de ella que manchaba y se acumulaba en el suelo. El mundo se distorsionó y la sala se llenó de puntos borrosos. Mis extremidades yacían inútiles, sin obedecer mis ordenes. Esto no podía estar pasándome, al menos, no ahora. Debía ayudar, pero me era imposible, pues mi cuerpo no respondía. Perdí la visión por completo y me encontré en la nada, no estaba rodeada ni de luz ni oscuridad pero todavía podía escuchar las voces que gritaban y hablaban a mi alrededor, ruidos lejanos, como si se encontraran a millones de kilómetros luz de donde sea que yo estaba, inalcanzables.

Tumbada desde el suelo sentí como unos brazos me sacudían y gritaban mi nombre a la vez que ordenaba a los espectadores que se movieran y hicieran algo, que llamaran a una ambulancia, al 112.

Otra sacudida, esta vez más fuerte.

-¡Livia!, ¡Livia!-exclamó el dueño de la mansión.

-¡Aquí!-quería gritarle, pero mi voz no me respondía, como si me hubiesen cortado las cuerdas vocales, también quería reprenderle, por hacerme caso a mi y no atender al joven desangrado en el suelo, a apenas unos pasos de distancia, lo que no sabía era que el joven o al menos lo que quedaba de él ya había sido atendido y el resultado no había sido positivo.

Ya me había desmayado una vez antes y solo tenía que esperar a que toda esa nada se disipara seguido de los puntos blancos. Escuché una orden que fue acatada segundos después.

-Llévala al sofá y colócala de medio lado.

Unos brazos potentes me levantaron del suelo y segundos después me depositaron en el cómodo asiento alargado. No se cuanto tiempo permanecí asumida en la nada, pero fui recuperando poco a poco la consciencia cuando el dueño de la mansión estaba gritando órdenes y dirigiendo a la masa de espectadores hacia donde ayer se había producido la fiesta.

Me tumbé para descansar, no sin antes observar a la joven pelinegra con mechas rubias que no paraba de emitir pequeños jadeos de terror y girar su cabeza hacia todas partes, ella debía de ser la que había encontrado el cuerpo muerto, noticia que había conocido a través de Rayco a penas unos minutos antes. Vagué entre mis pensamientos hasta quedarme dormida. Me desperté tras escuchar el estruendo de gente formada. Por un momento miré a mi alrededor, confundida, pensando que demonios hacía toda aquella gente allí, pero luego, me di cuenta.

El chico con la cara marcada con fuego hirviendo, órganos destrozados saliendo por su pecho abierto, las baldosas antes blancas que ahora resplandecían de color rojo. No había sido una pesadilla.

Nos juntaron a todos en el patio y nos guiaron los oficiales hacía los coches de policía. Estaba caminando hacía el mío mientras entre la multitud intentaba encontrar a alguno de mis compañeros de viaje, pero la búsqueda fue en vano. Cuando subí al coche vi como unos oficiales se llevaban una camilla tapada entera en un plástico amarillo y la subían a la ambulancia, cerré la puerta del coche oficial y dejé que me llevaran a la vez que con la vista observaba como se marchaba la ambulancia con el fiambre.

Ahora, todos éramos sospechosos de aquel cruel crimen. 


Nota de la autora:

El efecto espectador es un fenómeno psicológico en el que es menos probable que alguien intervenga intervenga en una situación de emergencia cuando hay más personas que cuando se está solo.

Gracias a aquellas personas que votan y comentan. 

Espero que os haya gustado el capitulo,

TLA.

VIVIENDO UNA MENTIRA Donde viven las historias. Descúbrelo ahora