Jugando a casas de muñecas

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Las ventanillas permanecían bajadas a pesar del insistente olor a vómito que amenazaba con ahogar a los que permanecían dentro del vehículo con insignia y dibujos oficiales en las puertas que permitían pues reconocerle como tal.

Sin embargo, el conductor ni se dignó ni en levantar la mirada de la carretera ni antes ni después de que se hubieran subido al coche ignorándoles completamente haciendo la función que le incordiaba pero que le habían asignado aquella noche o mejor dicho día ya que faltaban ya pocas horas para que la bola de fuego iniciara a alzarse lentamente y calentara las calles de Tenerife poniendo fin a aquellos días tan lluviosos.

El trabajo era aún menos placentero conociendo que era navidad y todo el mundo alrededor del planeta o al menos la mayor parte de ellos estarían celebrando banquetes con sus familiares y los más adinerados o con suerte realizando algún viaje como el que habían realizado el chico y chica que llevaba en la parte trasera, él con lágrimas deslizándose por su hermoso rostro ahora sonrosado y verdoso y ella con la miraba gris turbada.

El conductor más tarde se regodearía de haber compartido espacio con dos sospechosos del crimen más difundido y especulado en España, negando por supuesto cualquier tipo de miedo hacia quienes transportaba y ofreciendo con distintos detalles como no, cada vez una mueva versión que engancharían a más de un medio o redes con tal de que la inspectora se dignase a hacer una rueda de prensa para desmentir aquel vox populi que no hacía más que distorsionar las opiniones individuales a una publica, todo esto además sin conocer el gran tamaño del suceso, solo pequeños datos.

Y es que Dalia hacía las cosas a su manera, había quienes objetaban que debería de haber hablado con los ciudadanos un día después de la noticia para que no se difundieran las llamadas fake news, pero eso era irremediable. Pero por algo su jefe la había nombrado inspectora para supervisar y llevar a su fin el caso del joven mutilado en la mansión Nemas.

Pisó el pedal de los frenos cuando observó que se iban acercando a la gran portada extremadamente vigilada, donde ofreció su información y sin más miramientos los dos jóvenes adultos que habían permanecido callados todo el trayecto-excepto por los continuos ruiditos que había realizado el joven para sorber los mocos – bajaron y caminaron hacia el interior de lo que ocultaba aquel muro grueso y que le impedía observar lo que fuese que se estuviese cociendo allí dentro.

Lo que llamó la tención fue como para su parecer la joven tomaba de la mano a el chico y le daba lo que parecía un suave apretón, la mirada gris de esta se giró hacía atrás y el conductor dio marcha atrás para volver a su puesto de trabajo ya que, aunque trabajaba en el cuerpo de policía, esta era la primera vez que se podía decir que pisaba El Centro de Protección para Testigos, aunque en estos momentos parecía más bien un hostal para visitantes.

LIVIA

No negaré que aquel odioso olor me estaba dando arcadas, sino se movía más rápido el coche, lo más probable era que yo también terminase expulsando lo que había tomado aquella mañana.

Algunos se compadecerían con mi acompañante, Iván, pero la noticia a pesar de no haberse confirmado todavía ya se había difundido y tachaban a Joel de la faz de la tierra. Intentando mantener la imagen de su hermano ensangrentado y abierto fuera de mi mente, tanteé en el aire-una vez ya fuera del coche dirigiéndonos hacia el interior del edificio solitario-y cuando tuve las suyas entre las mías le di un suave apretón.

Ninguno comentó nada en lo que quedaba del camino siendo vigilados por los perros con aspecto peligroso desde las entradas y los guardias atentos a cada uno de nuestros pasos con las manos sobre la porra que portaban en sus caderas y caían sin gracia hacia abajo.

Nuestras manos se desprendieron rompiendo aquella promesa silenciosa cuando fuimos llamados para ser registrados o mejor dicho cacheados. Aquello ya se estaba convirtiendo en una costumbre ya que cuando salíamos del edificio considerado ahora cual hogar para algunos, debíamos por supuesto estar acompañados a todas horas del día y registrarnos para controlar si introducíamos o sacábamos algo del lugar sin una autorización directa por parte de quienes dirigían aquella operación.

Dentro del plan de protección de testigos existía un apartado que todavía no se había puesto en práctica, ya fuese por la rapidez de los sucesos o porque simplemente les vigilaban mejor ahí a todos reunidos. Y es que a cada uno de nosotros se nos debía asignar un sitio de cualquier parte del mundo y enviarnos con una familia que nos acogería durante el tiempo que fuese necesario.

Me metí en el cubículo, cerrando la puerta detrás de mi aun sabiendo que, aunque no me podían ver, si me podían escuchar. En este caso, la habitación en la que me había tocado entregar mi vestimenta y cualquier tipo de sortija que poseyera parecía haber sido una antigua lavandería ya que electrodomésticos semejantes a lavadoras dispuestos sin ningún tipo de orden ocupaban la sala de mediano tamaño, pero quizá estaba tan cansada que mi mente me estaba jugando una mala pasada y estaba confundiendo cosas.

Una voz de carácter autoritaria sonó por el megafonillo incrustado en la esquina superior del techo:

-Desnúdate y deja la ropa, sortijas y cualquier tipo de elemento u objeto en el casillero-dijo marcando las palabras de tal manera que dejaba claro que no iba admitir otro berrinche como el que había realizado la primera vez que había tenido que ser inspeccionada ya que no existía ningún tipo de réplica posible capaz de librarme del chequeo y de todo aquello en general.

Me quité el chándal de sosas tonalidades que me habían dado aquel día parecido a los de los días anteriores-ya que todas nuestras pertenencias estaban bajo vigilancia y observación por si poseían alguna prueba o pista- y lo metí en el cajón tal y como había dicho la voz.

Llevaba poco tiempo de pies y desnuda cuando una ráfaga de aire azotó mi cuerpo.

-Genial-dije irónicamente hacia la nada.

Congelarme no estaba en mis planes, claro que ser considerada una sospechosa de asesinato tampoco era una de las cosas que había apuntado en mi lista de viaje.

Ni siquiera sabía que demonios les iba a decir a mis padres, daba gracias que se habían decidido irse en crucero y en estos instantes estarían en medio del océano y sin buena cobertura. Claro que también había que tener en cuenta que no había tenido ninguna llamada de ellos lo que se traducía por un "todavía no se han enterado" y no quería tampoco preocuparles así que en nuestros mensajes se podía decir que se me había olvidado comentárselo.

-Ya puede volver a tomar su ropa-comentó la persona que se hallaba tras el micrófono.

La tomé sin miramientos y rápidamente deslicé mi tanga gris sobre mis muslos, abroché el sujetador y me coloqué la camisa sin dibujos y los suaves pantalones de algodón, sujetándome la sudadera corta a la cintura con un nudo siempre realizado con las mangas de esta.

Después fui guiada a mi habitación, es decir, al lugar en el que había estado comiendo y pasando los anteriores días, que no me acompañaría largas mañanas si los padres de Nadia muy ricos e influyentes lograban sacarnos del agujero en el que nos habíamos metido esta vez. Aunque ninguno de los que habíamos pisado ese día la mansión Nemas podía poner pie fuera de la isla.

Ahora no nos quedaba otra que formar parte del juego de muñecas que parecía todo aquello, nosotros siendo los títeres principales que permanecían para siempre en la dulce y acogedora casa.

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