» Capítulo 18.

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Jean reunió todo el valor posible para tomar la decisión de dejar los prejuicios de lado e ir a hablar con el vampiro. Hace media hora —aproximadamente— que él se marchó al piso superior y aunque ella pensó en ir a hablar con Damon, Jean —de último momento— decidió por darle espacio, un momento a solas para que se calmara un poco.

Ahora, ella ya estaba subiendo las escaleras para entablar una conversación sin gritos con él.

Jean Brooks está consiente de que le causó cierto dolor con sus palabras, por lo que, a diferencia de él, ella se disculparía e intentaría quedar en buenos términos.

Tal vez aconsejarle de una forma más sutil, sin perder los estribos y siendo más parcial. Sin tomar partido alguno.

«Deja de compararlo con Stefan, seguro ya ha pasado por eso mucho tiempo y eso es su detonante» pensó ella.

Y está en lo correcto.

Lo que menos quiere una persona que tiene hermanos, es que lo comparen con alguno de ellos todo el tiempo.

Jean tomó valor, dio una gran bocanada de aire y se animó internamente antes de tomar el picaporte y entrar a la habitación en donde en pelinegro está.

— Damon.

La voz de Jean era apenas un susurro, pero el oído sobrenatural de Damon pudo escucharla perfectamente.

Ella lo vio junto a la ventana, por la posición en la que estaba, notó que permanecería con los bazos cruzados sobre su pecho y con la mirada —tal vez— fija en la vista que le ofrece la ventana.

Ella no obtuvo respuesta alguna por parte de él y volvió a llamarlo. Una vez más, Damon no le respondió.

— ¿Estás bien?

El ojiazul carraspeó.

Consciente de su comportamiento anterior, Jean suspiró y fue hasta él, colocándose a un costado de Damon, puso su mano en el hombro del pelinegro, intentando así obtener alguna respuesta de él, una mirada quizá, pero solo obtuvo una sacudida de hombro por parte del pelinegro, haciéndola terminar con el contacto. Jean torció los labios en una mueca, por lo tanto, se limitó a imitar su acción y posó su mirada en el vecindario.

— ¿Podemos hablar?

Pidió, con la voz nuevamente tan baja que parecía un simple susurro.

— Ya estás hablando.

— Me refiero a nosotros.

— No hay un nosotros, Jean.

Ella rodó los ojos, a pesar de que aquello —en el fondo—, la hizo sentirse un poco mal.

— No me refiero a ese tipo de nosotros, me refiero a un nosotros diferente, en el aspecto de que no solo yo esté hablándote, sino tú también. Se le llama conversar.

Damon bufó.

— Te escucho.

Su voz era tan cortante, tan fría, que Jean sopesó la idea de volver a dejarlo solo, necesitó toda su fuerza de voluntad para quedarse ahí y actuar como sí no pasara nada. Como si estuviese acostumbrada en su totalidad a que le hablasen así.

— Sólo he venido a pedirte disculpas — la mirada de Jean volvía al vecindario —, probablemente no las merezcas del todo, es decir, una mía, contra todas las que tú has hecho y...

Damon giró la cabeza en dirección a la chica, mirándola por primera vez desde que ella entró a la habitación; Jean notó en los ojos azules del vampiro cierto desdén.

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