Ya van 3 meses que estoy dando lo mejor de mí en la academia. Las pruebas las he superado con creces, o eso creo. En cada ejercicio los analistas se veían asombrados de mis habilidades. Con excepción de las actividades de gimnasia, por tratar de dar una vuelta mortal, me lastimé la espalda y tuvieron que llamar al médico.
Las restricciones sociales que me impuso Ozai, disminuyeron. Ahora me deja vagar por toda la academia. He tratado de hacer amistades, pero hasta ahora nada ha funcionado. Las de mi edad me tienen miedo y las mayores me hacen el feo por ser chiquita. De todas maneras no importa, por qué Ursa me visita varias veces a la semana, le habló sobre todo lo que he hecho. Cómo extraño esos días.
Ese día en especial recibí la noticia de que tendría un tutor personal. Está persona me ayudaría a mejorar mi fuego control, aparte de darme consejos. Según oí por los pasillos, mandarían a alguien que le decían "El dragón del oeste". He de admitir que cuando lo escuché me intimidó, y es que alguien que lo apodan de esa forma no es solo por qué sí.
Me quedé en la sala de entrenamiento que me indicaron. Esperando la aparición de mi tutor. La cabeza me daba vueltas, me imaginé que aspecto tendría, debía de ser fuerte o alto. Nada que ver con la realidad.
El ruido de unos pasos me sacaron de mis pensamientos. Un señor algo grande de edad, regordete, entró a la sala. Nos miramos frente a frente.
– Eres la chica que trajo Ozai, ¿Cierto?–
Moví la cabeza en forma de afirmación. Un ruido horrible, se mezclaba con los quejidos de un chico. El pobre empujaba lo que parecía un maniquí de madera con muchos brazos.
– Lu, ¿Cuántas veces te he dicho que no arrastres eso? Sabes que se maltrata.– Se dirigió el señor al chico.
– Pues si me ayudarás con esto, creo que sería más fácil moverlo.–
El chico me miró extrañado, como si nunca hubiera visto a una niña. Le fruncí el seño en respuesta.
– Muy bien, en lo que Lu pone el maniquí en el centro de la sala, me presento. Mi nombre es Iroh, y seré tutor durante un tiempo, y él.– Señaló al chico del maniquí. – Es mi hijo Lu Ten, y será mi asistente.–
– ¿Cuál asistente ni que nada? Solo estoy haciendo esto por qué estoy castigado.– Si bien, varios no tienen mucha información de Lu Ten, he de comentar que en sus tiempos rebeldes le gustaba meterse en problemas. – ¿Y es enserio que tenemos que entrenar a esta escuincla? Ni siquiera estoy seguro de que pueda ir al baño sola.–
– Claro que puedo, tonto. Y tengo nombre, es Aiko. Si no quieres entrenarme, no lo hagas. Yo no pedí tu ayuda.– Nunca me caracterice por ser alguien tranquila, agregando mi boca sin filtro, el resultado es una pequeña niña hostil. Eso explicaba el por qué no tenía amigas cuando era más chica, tampoco es como si es eso hubiera cambiado hoy en día.
– Parece que tiene espíritu, eso me agrada.– Se le entendió entre risas a mi tutor. – Poniéndonos serios, vamos a empezar a trabajar. Primero quiero ver tus reflejos. Aiko, necesito que le pegues al maniquí en los brazos. Ten cuidado, las extremidades son rotatorias.
Sin miedo al miedo, me lance con todo contra el maniquí. El maniquí estaba compuesto por tres niveles, cada uno tenía un par de cilindros. El nivel de hasta abajo me llegaba a las pantorrillas, el segundo a las costillas y el siguiente a la frente. Me di cuenta después, que la fuerza con la que hagas los golpes se duplica a la hora que el brazo gira, por ende la velocidad también aumenta.
A duras penas logré esquivar los tubos del nivel superior. Victoriosa, me gire hacia Iroh. El gusto me duró poco, el brazo inferior me pegó detrás de las rodillas y mientras caía el de media altura me pegó de lleno en la nuca. Por una parte estaba acostumbrada a la chancla voladora, pero esto dolió más que caer del cielo al infierno y regresar.
Se me pusieron llorosos los ojos, después de tremendo trancazo. Trate de hablar, me fue imposible, un nudo se me hizo en la garganta. De fondo se oía la risa de Lu.
– ¿Estás bien?– Se me aproximó Iroh preocupando.
¿Cómo se su pone que iba a estar bien? Me metí la peor golpiza de mi vida, y lo que más me dolió no fue la cabeza, sino el orgullo al ver cómo perdí mi dignidad yo sola.
– Lu, dejá de reírte, estamos aquí para ayudarla.– Ese perro de Lu, siempre fue llevado conmigo. Me molestaba mucho esa actitud al principio, pero con el paso de los años, me di cuenta que no lo hacía con el afán de molestar. – Vamos ver qué fué lo que pasó, para empezar, ¿Cuál es el principio fundamental del fuego control?–
–¿Lanzar fuego?– Dije lo primero que se me ocurrió. En primer lugar, la actividad era sobre mis reflejos, ¿Qué diablos tenía que ver los principios del fuego control?
–Incorrecto, lo principal del fuego control es la respiración. Durante el ejercicio no tomaste aire, al contrario, te lo aguántaste.– Por algo es uno de los mejores maestros de la historia, a pesar de que estaba a dos metros de distancia, fue capaz de darse cuenta de que no estaba respirando.
–¿Qué tiene que ver eso con el ejercicio?– Preguntas que salvan vidas, sino fuera por ello, no sabría el gran valor del simple hecho de tomar aire. Y posiblemente, en vez de estarles contando mi historia, me encontraría dos metros bajo tierra.
– El fuego necesita aire para poder fluir. Es como la flama de una vela. Tú puedes pasar la mano por encima y el fuego baila conforme se mueve el viento. Si dejas la vela sin aire, se apaga. Tú eres como la flama, debes de acoplarte a cualquier postura y situación que se te presente. Si no respiras, tú cuerpo se pone rígido. El respirar no solo refiere a tomar aire, es un momento de calma en el que te descubres a ti mismo y comprendes el lugar que ocupas en el mundo físico.– Incluso ahora, tengo un interés desmedido por saber que cosa le pone a su té como para sacar esas frases tan fumadas.
Busque en Lu Ten algún tipo de traducción, pero creo que él estaba igual de confundido que yo. Entonces hasta donde yo entendí, solo tenía que respirar hondo. ¿Qué tan difícil puede ser eso?
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Avatar la leyenda de Aang: La historia jamás contada.
PrzygodoweTodos sabemos la historia de cómo el avatar, y su equipo, derrotaron al señor del fuego. Pero cualquiera de los testigos de la guerra de los cien años, tienen algo que contar. Aiko, una joven maestra fuego, vivió desde otra perspectiva estos acontec...