13 - Tiramisú

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Las gaviotas se arremolinaban frente a la Marina Grande en busca de un bocadillo que robarle a algún turista. Su canto chirriante se oía a lo largo de toda la costa y se colaba, mezclado con la brisa y el rumor del mar, en la habitación de Rinaldo y Molly. Él se acababa de meter en la ducha y tarareaba una de esas canciones que se le venían a la memoria cuando estaba contento. Ella aireaba sus vestidos y los extendía sobre la cama deshecha para elegir el que más le apetecía: hacía falta una combinación inesperada, unos colores capaces de hacerle la competencia a la luz del Mediterráneo en Junio. Se paseó hasta la ventana en nada más que la ropa interior y se inclinó junto a las cortinas ondeantes; parecía el set de una película. Entretuvo la idea de colarse en el baño con Rinaldo para hacer el amor otra vez (la de aquella mañana había sido la primera vez en varios meses) pero se distrajo con la vibración de su móvil.

Llevaba varios días intercambiando mensajes de texto con Erin y el primero de aquel día decía "Buenos días Molly! Qué tal van esas vacaciones? Acaban de publicar los resultados de la entrevista de admisión y me han dado muchos comentarios positivos. Esto promete! Ya solo faltan las notas sobre mis dibujos. Cruza los dedos por mí!"

Y por supuesto, ella contestó inmediatamente: "Hola Erin. Cuánto me alegro! Yo sabía que los ibas a dejar pasmados, y seguro que sacas muy buenas notas en todo lo demás, ya lo verás. Qué te ha dicho tu padre? Me imagino que estará contento." Y añadió otra línea "Mis vacaciones van muy bien, gracias."

Unos pocos segundos después ya tenía respuesta: "Sí, se alegran los dos mucho. Cómo es Capri? Ya sabéis qué vais a ver primero?"

Le mandó una foto de las vistas y respondió: "Es precioso! Primero vamos a desayunar y luego vamos a la marina. Luego te mando más fotos. Muchos besos!"

Se decidió por el vestido color mostaza porque era el que mejor resaltaba su tono de piel y porque el escote quedaba perfecto en las selfies. Y ya de paso, se atrevió a elegirle un polo a juego a Rinaldo.

***

Documentaron cada paso. El desayuno exuberante del hotel, la escalinata enmarcada en buganvillas y amarantos, las dimensiones diminutas del autobús naranja que los llevó serpenteando hasta el puerto, el color cristalino del agua. Cuando llegaron a la zona más turística, Molly revisó sus mensajes con Erin por última vez antes de guardar el móvil y agarrar el bolso con firmeza. Las calles estaban atestadas de visitantes y en las terrazas de los restaurantes más caros se oía hablar cualquier idioma menos italiano. Chicos jóvenes se les acercaban chapurreando inglés para venderles tours en barco o un brunch con vistas a precio estratosférico. La marea de gente se empezaba a hacer insoportable, e intentaron encontrar una ruta un poco más espaciosa, quizá más lejos de la primera línea del puerto. Buscaban por dónde escabullirse, cuando una figura conocida los sorprendió entre la multitud.

-¡Molly! ¡Rinaldo!- era William Cassidy, o eso les parecía. Llevaba una camisa de lino beige holgada y arrugada, sombrero a juego, gafas de sol y mocasines sin calcetines. También parecía que hacía poco que se había afeitado.

-William, vaya...- Rinaldo fue el primero en contestar- ¿qué... qué haces aquí?

-Roman me ha traído por sorpresa, por mi cumpleaños.

-Pero, yo pensaba que... - Rinaldo tartamudeó unos instantes. No le había dicho a Molly que la razón por la que se podían permitir algo así era porque Roman Fell les había medio regalado sus sobras.

Molly estaba visiblemente confundida. -¿Y los exámenes de Erin?- preguntó de sopetón.

-Ya están todos hechos, no hay mucho que podamos hacer por ella quedándonos en casa refrescando la página web.

Sólo Dios sabe qué sería de mí sin ti / Hannigram / +18Donde viven las historias. Descúbrelo ahora