2 - All American Breakfast

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Una luz amarillenta parpadeaba a lo lejos. Lentamente el paisaje se sumía en la oscuridad y se inundaba de luz de forma intermitente. Cegaba a Will. Lentamente. Su respiración se mantenía serena, a pesar de que intentaba caminar pero no avanzaba, porque debajo de él no había suelo. Hacía frío. Las constelaciones no le eran conocidas. La luz lo hipnotizaba y relajaba todos los músculos de su cuerpo. Si la muerte era así ya nada podía asustarlo. No había olor alguno, ni tacto. Su saliva era ahora más insípida que nunca. Sólo veía la luz parpadear. Intentó agudizar el oído, distinguir si alguien lo llamaba.

El ruido de las llaves en la cerradura lo despertó del primer sueño agradable que tenía desde hacía años. Hannibal estaba de vuelta. El vacío de la casa, sus techos altísimos, hacían que todo se oyera con mucha más claridad. Sin moverse un milímetro entre las sábanas, con los ojos cerrados, siguió el eco de los pasos. Podía verlo pararse frente al cuarto de Abigail, abrir la puerta y volver a cerrarla. Lo veía andar como si lo siguiera. Lo veía delante de su propia puerta, abriéndola. En la habitación sólo estaba él mismo, tumbado boca abajo con la espalda al descubierto, muy quieto. Hannibal cerró la puerta y continuó hacia su habitación. Lo último que Will pudo oír fueron sus zapatos caer sobre el mármol. Todo había salido bien.

***

A la mañana siguiente toda la casa olía a huevos con bacon. Hannibal se había levantado muy temprano, había organizado el frigorífico y estaba estrenando su nuevo juego de sartenes. "Incluso en un viaje de negocios uno se debe permitir ciertos caprichos" había pensado al verlo expuesto en Galerías Lafayette. Se había vuelto a vestir de punta en blanco como a él le gustaba: la camisa remangada hasta los codos y el último botón sin abrochar aún. La corbata esperaba sobre el respaldo de una silla del comedor. Levantó la vista del fogón por un segundo, al fondo del pasillo su mirada se encontró con la de Will. Probablemente llevara parado allí un rato observando. -La mesa está puesta, Will. Sólo faltáis tú y los huevos.- le dijo alzando la voz.

Abigail ya estaba sentada esperando. Hannibal se acercó sartén en mano a servir el revuelto junto a dos gruesas lonchas de panceta. Vio la duda en el gesto de Will, un temblor casi imperceptible en la mano con la que sostenía el tenedor. Abigail empezó a comer sin rechistar y finalmente Will la siguió. El suspiro de gusto que exhaló a continuación hizo a Hannibal sonreír. –Por el contenido de la nevera he deducido que necesitabais una comida de verdad.

-Gracias, Sherlock.- Will evitó comenzar el día con asuntos serios. La comida estaba buenísima, como de costumbre.

Hannibal lo miró disfrutar. Puede que algún día probara a darle de comer de su mano. Seguro que lo haría; tenía la receta perfecta para algo así.

-¿Qué tal París?- preguntó Abigail sin atreverse a mostrar demasiado entusiasmo.

-Hay ciertos lugares que no cambian nunca. Puede que algún día podamos ir los tres. Os enseñaré Monmartre...- respondió. Podía fingir que el viaje había sido un paseo, pero no podía ocultar las ojeras grises ni la voz de cansancio. Había pasado demasiadas horas despierto bajo grandes dosis de estrés y, si bien había sido divertido, empezaba a entender a qué se referían los oficinistas de clase media cuando decían que les apetecía pasar tiempo en familia. Tener cerca a Will y Abigail le proporcionaba una calma que antes sólo había sentido en soledad. –Os he traído unos suvenirs.

Ni Will ni Abigail sabían de qué estaba hablando. Antes de que pudieran terminar de tragar lo que estaban masticando, Hannibal salió del comedor y alcanzó un sobre amarillo y arrugado del bolsillo de una chaqueta. Hizo sitio en el centro de la mesa y extendió parte del contenido: tres pasaportes y algunas fotografías.

-Este hombre es, o mejor dicho, solía ser Roman Fell. Un hombre con carácter, eso sin duda. Doctor en Historia, lo suficientemente bueno para ser reconocido pero todavía anónimo en los círculos académicos europeos.– Abrió uno de los pasaportes. –Yo soy Roman Fell y fuera de esta casa ese es el único nombre por el que me vais a llamar a partir de ahora. Hace semanas que me estoy encargando de concertar una entrevista para una vacante en la biblioteca Capponi y el Dr. Fell tiene el currículum perfecto. Sólo he tenido que cambiar la foto.

Sólo Dios sabe qué sería de mí sin ti / Hannigram / +18Donde viven las historias. Descúbrelo ahora