Epílogo - Servicio de habitaciones

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A la señora que regentaba el bar del muelle en Beloxi le encantaban los Beach Boys. California y el surf quedaban muy lejos y en, su psique infantil, aquellas canciones contaban leyendas de una vida romántica, sin preocupaciones, en las que el mar era fuente de amor y fortuna. Sueños reconfortantes, por fin.

Lo despertó la luz fría de un iPad. Las cortinas gruesas del hotel estaban echadas y a penas entraban los primeros rayos de luz por las rendijas. La cama aún guardaba la calidez de otro cuerpo; Hannibal ya se había levantado y estaba sentado junto al escritorio de la habitación, escribiendo algo. -Ha muerto Bella Crawford.- le dijo cuando sintió que se desperezaba entre las sábanas. Dejó de lado la carta y abrió las cortinas. Las calles de París les daban los buenos días a sus visitantes.

Will se arrastró hasta el teléfono y le repitió despacio a la persona al otro lado lo que querían para desayunar. Tardó unos minutos en desperezarse lo suficiente como para reaccionar a lo que había oído. -Lo siento por Jack.

-Yo también. Bella era una magnífica persona... pero esto cambia las cosas.

-Lo sé. ¿Cuánto tiempo crees que tenemos?

Hannibal levantó la vista de sus papeles. Tenía en la mirada un resquicio de decepción. -Suficiente. No nos va a encontrar... nunca. Al menos no mientras yo viva.

La distancia entre los dos se volvió amarga de un momento a otro. Will se levantó para buscar un abrazo y darse el uno al otro esa sensación de hogar que ansiaban tan a menudo.

***

Salieron del metro en Saint-Sulpice y anduvieron calle arriba por la Rue de Rennes. El aroma de los criossants recién hechos se empezaba a diluir entre el humo de los coches y Abigail insistía en pararse a mirar tiendas. Will se había adelantado (sabía que iban al número 60) y en su ensimismamiento no se había dado cuenta de que caminaba solo. Cuando se dio la vuelta, sorprendió a Hannibal abrazándola paternalmente delante de un escaparate, arreglando el pañuelo de seda que le había regalado el día anterior, borrando una lágrima de su mejilla. Hablaría más tarde con él para saber qué se habían dicho, pero ahora le tocaba guardar silencio, habían llegado a su destino.

El minúsculo ascensor de caoba y hierro forjado los dejó en la cuarta planta. Uno de los apartamentos tenía la puerta pintada de verde y una placa dorada con algo grabado en alfabeto cirílico, y una mujer trajeada les dio la bienvenida antes incluso de que pudieran tocar al timbre. Dentro, el apartamento había sido reformado para hacer las veces de oficina. La mujer, cuyo nombre Will no alcanzó a entender cuando se presentó en francés, hablaba con Hannibal en otro idioma que Will tampoco acababa de localizar. Los había conducido a él y a Abigail a una sala de juntas y se había ido con Hannibal a otra habitación.

-A ver si esto se acaba pronto y podemos ir a ver los museos.- comentó Abigail con levedad. Le temblaban ligeramente las manos.

Tras una espera silenciosamente agónica, volvieron Hannibal, la mujer de nombre desconocido y otro hombre con aires de importancia, que traía una gruesa carpeta numerada bajo el brazo. Finalmente cambiaron de idioma y empezaron a hablar en inglés. La mujer, que se volvió a presentar, era una abogada de confianza que supervisaba el patrimonio de los Lecter; abrió la carpeta en frente de Abigail y le dio una pluma. -Avísame si tienes alguna pregunta.

Pasó la páginas: decenas de obras de arte, dos apartamentos de lujo en París y Ginebra, una cartera de inversiones diversificada entre varios países y una finca de cientos de hectáreas en Lituania con un castillo incluido. Si hubiera sabido un poco más de contabilidad, podría haber calculado el interés anual que todas esas posesiones le iban a rendir algún día, pero en ese momento solamente se sintió abrumada. Leyó el contrato que le habían traducido al inglés, por el cual ella tendría acceso directo al 15% de los beneficios del fideicomiso familiar en caso de necesitarlo. En el evento de la muerte de Hannibal Lecter, o si éste quedaba incapacitado, ella heredaría el derecho al 50%. Todo parecía estar en orden. -¿Quién es Chiyo Okamoto?- preguntó al leer el nombre en una de las últimas páginas del documento.

-La beneficiaria del otro 50%.- respondió la abogada.

-La razón por la que todos los trámites de este fideicomiso llevan siempre tanto tiempo.- respondió el notario con una risa sarcástica.

-Una amiga de la familia.- respondió Hannibal -Cuida de la finca y el castillo. No sale mucho.

La joven tomó la pluma, ahora con firmeza, y firmó sobre la línea de puntos. Firmó como Erin Cassidy, porque Abigail Hobbs era ya solo un recuerdo. El papel absorbió la tinta y, paradójicamente, ella se sintió por fin libre, adulta.

***

Caminaron a paso ligero hasta que avistaron el pináculo central de la Sainte Chapelle para girar hacia el oeste y encontrarse el Sena de camino al Museo de Orsay. París no tenía secretos para Hannibal Lecter que, como quien se recupera de una amnesia pasajera, apuntaba con el dedo a los lugares que reconocía: los caminos que había hecho en bicicleta, la panadería preferida de su tía, los puestos de libros de segunda mano y más, muchos más rincones que no habrían significado nada de no haber estado enmarcados en la historia de una vida. Will y Abigail lo escuchaban ávidos de detalles, y los tres compartieron la emoción de que por fin se conocían, como sólo las familias se conocen.


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Sólo Dios sabe qué sería de mí sin ti / Hannigram / +18Donde viven las historias. Descúbrelo ahora