6 - Dieta blanda

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-¿Alguna vez te has parado a pensar qué habría sido de nosotros sin él en nuestras vidas?

-Probablemente todo sería mucho más simple.

Caminaban por el muelle cabizbajos pisando las tablas al mismo tiempo, con toda la planta del pie, repartiendo su peso para que no se quebraban bajo sus pasos. El crujir de la madera se mezclaba rítmicamente con el chocar de las olas. A lo lejos, el horizonte estaba resaltado por una línea roja en mitad de la noche, podía ser el amanecer, pero también podía ser un incendio. Sobre ellos la luz del faro giraba incesante. En los sueños de Will Abigail siempre parecía más niña, un reflejo de la joven asustada que había conocido entre borbotones de sangre.

-Por más que pienso en posibles variantes, no consigo dar con un final feliz.- dijo ella. Lo más gracioso de los sueños es que, aún sabiendo que son producto del subconsciente de uno mismo, nos creemos lo que los demás nos dicen en ellos.

-Él era el hombre del teléfono.- contestó Will. –Te habrías salvado... desde el principio, quiero decir.

-Jack Crawford lo sabía, hasta el último momento estuvo detrás de mí. Si no hubiera sido por esa llamada, mi padre habría acabado en el corredor de la muerte... y posiblemente yo también. Hannibal me salvó aquel día, y sigue haciéndolo desde entonces.

-Me temo que no puedo decir lo mismo.

-Si no fuera por él no podríamos ser una familia.- Las palabras de Abigail caían de su boca como bombas de certeza. El nivel del agua estaba subiendo y el camino quebradizo se desdibujaba en la distancia. La cresta de las olas más altas dejaba rastros de espuma escarlata a sus pies; hedía a óxido.

-¿De verdad crees que eso es lo que somos?- preguntó Will a la oscuridad. De repente estaba solo. Tropezó con un escalón en la penumbra y cayó de bruces contra unas escaleras enmoquetadas. Cuando sus ojos se acostumbraron a la falta de luz, reconoció la lluvia a través de los cristales que flanqueaban la puerta de entrada. Le tomó unos minutos, largos como horas, reconocer dónde estaba. Ya había pisado antes ese lugar, conocía la distribución de las ventanas, los desniveles en el suelo y el camino a la cocina. Era la casa de un amigo. La casa de Hannibal, pero sin Hannibal en ella. No había ni rastro de su extravagante decoración ni del olor a especias mezclado con perfume masculino. Una casa de Baltimore cualquiera, vacía, fría, polvorienta. En ella no había memorias de pacientes conducidos a la paranoia extrema, ni de mujeres confiadas gimiendo entre sábanas de seda. Franklyn Froideveaux, Miriam Lass o Alana Bloom nunca habían estado allí. Mucho menos Will Graham. Tampoco había recuerdos de copas de vino hasta altas horas de la madrugada, de palmadas en la espalda o de cenas para dos hombres que huían de su soledad.

Will tembló ante la idea de tan desalentadora nostalgia. En un mundo sin Hannibal Lecter, ¿a quién iba a querer matar con sus propias manos? ¿Quién iba a darle sentido en su vida a un réquiem de Mozart? ¿A quién iba a exponer su locura? En un mundo así nunca se habría sentido cuerdo.

Se despertó aparentemente más tranquilo de lo que era habitual, sin sudores ni respiración profunda, pero con el corazón a mil por hora y el dolor en la garganta de quien contiene una lágrima. Desde la cama, se quedó hipnotizado mirando el hilo de luz anaranjada que se colaba por debajo de la puerta que daba a la habitación de Hannibal, y la sombra de sus pasos sigilosos. Sabía lo que había estado ocurriendo esa noche, y la anterior, y la anterior, aunque no le hubiera pedido ayuda. Por fin lo tenían todo, pero parecía que la confianza todavía flaqueaba entre ellos. Will se debatió unos minutos tumbado en la cama sobre si levantarse o no. Su conciencia le decía que se quedara donde estaba e intentara volver a dormir, que nada bueno podía estar pasando en aquella casa de madrugada. No obstante, aquella parte de la razón que respondía más a sus deseos le animaba a asomarse, a buscar otra vez a Hannibal tal y como lo había visto en el callejón la noche después de la reunión con el Studiolo, más poderoso y magnético que nunca.

Sólo Dios sabe qué sería de mí sin ti / Hannigram / +18Donde viven las historias. Descúbrelo ahora