7 - Solomillo al corte

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Un amargo silencio fue lo que Hannibal obtuvo como respuesta al entrar en casa. Puede que regresar antes no hubiera sido tan buena idea como él se había imaginado. Las llaves de Will estaban sobre la mesilla del recibidor, pero cuando se asomó a la sala él no estaba delante de sus anzuelos. La cocina seguía tal y como él la había dejado antes de salir por la mañana. "Si Will hubiera pasado por allí habría dejado un rastro de migas y un vaso sucio en el fregadero, seguro." Se quitó los zapatos y los dejó alineados junto a la puerta. La piedra fría le heló los pies en cuestión de segundos, en lo que caminaba con sigilo hacia los dormitorios.

Todo parecía en orden, excepto por la corriente que atravesaba la habitación de Will. Puerta y ventanas abiertas de par en par creaban un remolino de cortinas blancas. Bordeó la estancia caminando junto a la pared hasta llegar a la puerta del baño, siguiendo el rumor del agua. La mampara de cristal le ofreció la magnífica vista de Will bajo la ducha. El agua se escurría rápida por su espalda hasta los glúteos, donde se dispersaba y hacía brillar la piel. Will se lavaba la cabeza con ímpetu; por segunda vez en el día. Hannibal mantuvo la mirada unos segundos más, en el pliegue justo anterior a los muslos, sin darse cuenta de que estaba aguantando la respiración. Cuando por fin volvió a inhalar, se apartó de la puerta y avanzó hacia la cama con precaución para no ser descubierto a través de los espejos del baño. Sobre las sábanas cuidadosamente extendidas por el personal de limpieza, la ropa de Will estaba arrugada, los pantalones retorcidos en el suelo, los zapatos lejos uno del otro formando el atisbo de un camino desde la puerta. Pasó los dedos entre las prendas con la duda de cuál coger primero. Rozó la ropa interior con tiento, pero finalmente se decidió por la camisa. Era una camisa de cuadros de JCPenney, triste y con los puños gastados, de las que había traído de Virginia. Se la acercó a la cara, sabiendo ya qué iba a encontrarse: café torrefacto, sudor y la inconfundible mezcla de sándalo y miel del perfume de Molly, que dejó una sensación de acidez en su pituitaria y le contó lo que acababa de ocurrir aquella mañana. Devolvió la camisa al montón y salió de la habitación.

***

Abigail garabateaba pequeños objetos en su libreta de apuntes; la tapa de un bolígrafo, un sacapuntas o el broche de la profesora eran una práctica amena para los ratos aburridos en la clase. Hannibal le había indicado que lo hiciera cuando ella le pidió que la enseñara a dibujar. "Te tomará tiempo" le había dicho, y le había regalado una caja de lápices de distintas durezas. Todavía no estaba segura si lo quería como se quiere a la familia, pero de lo que sí estaba segura era de que lo admiraba profundamente.

Todavía le quedaban un par de horas cuando la avisaron desde recepción de que su padre había ido a buscarla, y de que al parecer era un asunto urgente. Le pareció descarado preguntar cuál de los dos, y mientras recogía sus cosas y acudía a la puerta, centenares de posibles escenarios cobraron vida en su mente. Tuvo miedo.

-Sube al coche.- Hannibal la recibió sin saludarla siquiera. Una severidad ininteligible nublaba su rostro, o al menos lo poco que Abigail había aprendido a leer de éste.

-¿A dónde vamos?- preguntó visiblemente nerviosa.

-Shhh, no hay necesidad de alarmarse.- Hannibal la miró fijamente a los ojos desde el asiento del conductor. –Ya hemos hablado de ello. En esta nueva vida tú tienes tanto deber de protegerme como yo a ti.

-¿Qué ha pasado? ¿Dónde está Will?

-Will está en casa. Hoy tenemos invitados sorpresa para cenar.- Abigail no respondió. No entendía muy bien si hablaba en serio o era sólo otro de sus prontos de humor negro. Hannibal continuó hablando. -¿Recuerdas que me dijiste que los mejores momentos de tu vida fueron ir de caza con tu padre?

-Sí.- contestó con un murmullo.

-Ahora vas a cazar conmigo.

***

Sólo Dios sabe qué sería de mí sin ti / Hannigram / +18Donde viven las historias. Descúbrelo ahora