68. Que soy para ti

126 10 49
                                    


Advertencia: ¡capítulo extra largo! La verdad son dos en uno :). Disfruten <3

–¡Hola, pasa! Ya casi estoy lista...

Abro apenas sonriendo y regreso al tocador de mi habitación para terminarme de colocar los aretes. Estamos a menos de una hora de la boda y a mí se me estaba haciendo tarde.

Escuché un silbido y sonreí para observar a Emilia por sobre el espejo. Se veía preciosa con un vestido coral, con apertura en una pierna. Su tez pálida hacía juego perfecto con el tono y se veía espectacular.

–¡Mírate nada más! –Se llevó teatralmente una mano a la altura de su corazón–. Estás hermosa y yo me he flechado.

–Babosa –pongo ojos en blanco y ella en cambio suelta una sonora carcajada para ponerse a mi lado y observarse el maquillaje–. ¿Andamos bien de tiempo?

–Dependerá de qué tanto te tardes, pero si quieres ver a las novias antes de la ceremonia, será mejor que partamos en los siguientes cinco minutos.

–Va, va, ya casi estoy –me coloco un poco de perfume y me acomodo mejor mi cabello suelto en ondas–. ¿Te irás conmigo o Tom te espera?

–Ha de estar con los chicos en este momento –siento su mirada inquisidora y yo me hago como la que no me doy cuenta.

Lo cierto es que había estado evitando hablar en general de la situación con Santiago, porque a nuestro regreso no me la acabé con los comentarios de Yeraldi, Antonio o incluso la misma Lucero –aunque esta última más a modo de burla resentida–, que mi amiga tuvo el tino de no atosigarme con preguntas incómodas.

Luego de nuestra plática en el muelle, las cosas en general se respiraban con mayor calma entre Santiago y yo, y la prueba de ello fue que, tras unas horas de sueño, todavía nos dimos tiempo de recorrer un poco La Habana Vieja, que era lo que me había faltado de visitar, en donde aprovechamos para conocer y de paso que él comiera directo de un paladar.

El regreso a Varadero fue mucho más tranquilo, y sobre todo silencioso, de cómo había sido el viaje de venida, que cuando llegamos a la pequeña estación de autobuses, con algunos de nuestros amigos ya esperándonos, cada uno se desentendió del otro por la situación en general; la despedida de soltera de mi hermana y Jamie, que consistió más que nada en pasarla en el bar de Los Beatles del lugar, en donde bebimos en conjunto.

Desde entonces ya no nos habíamos quedado a solas y por ende Emilia no había tenido oportunidad de agarrarme en privado, sin embargo, la conocía perfectamente y sabía que la duda la consumía pues en más de una ocasión me arrojó sendas miradas al notar que entre Santiago y yo había intercambio de más miradas, o al menos más de las esperadas.

–Ya suéltalo –la insto porque me sigue con la mirada en mi andar por toda la habitación–. Pero te adelanto que no pasó nada realmente.

–Vamos, no tengo 15 años para joderte como tu hermana y Antonio –se sentó en la cama–. Es solo que hay algo que no me queda del todo claro.

–¿A qué te refieres?

–¿Qué pasa con ustedes? –Debió ver parte de la duda en mi rostro porque asintió con más ahínco–. Te diría que mi tercer ojo de bruja ve que hay algo, pero bebé, seamos honestas, creo que hasta para tus abuelos ha quedado bastante claro que no tienes ojos para otro que no sea él, y viceversa –soltó aquello con media sonrisa pícara.

¿Tan obvia era?

–Eso no es cierto...

–Esto es lo que no me cuadra –soltó una risita cómplice–, tu renuncia a aceptarlo. Es como si no te dieras cuenta o no quisieras.

Aún te amoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora