27. Expectativas

110 10 20
                                    

Regresar a la ciudad había sido un tanto ríspido tomando en cuenta que Emilia y yo seguíamos sin hablarnos mucho. Pese a ello, iba tranquila por lo demás pues no solo Santiago y yo íbamos bien, sino que mis abuelos se habían quedado maravillados con el ojiverde al grado de pactarse una próxima reunión para las festividades decembrinas que se aproximaban.

No sabía qué era lo que mi amiga hablado con Tom aquel día de la fiesta con Yeraldi, cuando él le marcó por teléfono, solo supe que, al llegar a nuestro departamento la presencia del primo de Santiago, en la recepción, me dejó pasmada.

Se veía un tanto ojeroso y más flaco, fruto de no comer y dormir bien –supuse-, sin embargo, en cuanto nos vio subir los escalones a Santiago, Emilia y a mí, se puso de pie y nos dedicó una sonrisa.

Me dio pena verlo así por lo que casi de manera inconsciente miré a mi amiga, por poco molesta, esperando que aclarara las cosas y se sincerara con él respecto a Amadeus.

-Perdón, llegué un poco antes –se excusó Tom para después mirarnos y saludarnos. Era obvio que él y Emilia tenían cosas por charlar.

-Sí, no te preocupes. Si me das un momento estoy lista podríamos...

Por la actitud de mi amiga supimos que ni ella estaba muy segura de lo que harían, así que no me sorprendió que la mano de Santiago, en mi cintura, llamara ligeramente mi atención.

-Estaba pensando ¿te quieres quedar esta noche en mi departamento? Podríamos encargar algo para cenar y acostarnos tarde –supe que aquello era para darle a aquellos dos la privacidad que con seguridad necesitarían para aclarar o dejar todo por la paz.

-Claro, nada más paso por unas cosas para poderme ir temprano al trabajo mañana.

Los cuatro subimos en un silencio sepulcral. Nada más entré a mi departamento me fui por lo necesario no sin antes indicarle a Emilia, con la mirada, que me siguiera a mi habitación. Tom y Santiago se quedaron en la sala.

La azabache entrecerró la puerta de mi cuarto y se quedó ahí muda.

-¿Para qué vino?

-Vaya, pues esta es también mi casa si mal no recuerdo –me soltó un poco molesta.

-Arregla tus pedos con él y sé honesta. No puedes jugarle al pendejo, no cuando... -me obligué a bajar la voz para que no escucharan afuera- te revolcaste con aquel pendejo.

-¿No me lo perdonarás, verdad? ¿Deberé acostumbrarme a esto entonces?

-A mí no me achaques tus pedos ni tus calenturas Emilia. Estás bastante grandecita para saber lo que haces, solo que no se me hace justo que aquí tengas a Tom como pendejo.

-Pidió hablar nada más.

-¿Ah sí? ¿Y por qué se ve esperanzado de otra cosa? –No me dijo nada-. Por Dios Emilia, él está prendado de ti y piensa que esto podría ser una oportunidad de regresar, por eso, más vale que seas honesta con él. Sí, se pasó de imbécil, pero ni de cerca se asemeja con lo que Deus te ha hecho, cabrona, así que al menos le debes sinceridad.

Agarré un par de cosas que metí en un bolso y salí de la habitación tratando de tranquilizarme. Los de la Mora se encontraban en la sala, aparentemente tranquilos, charlando también por lo bajo.

En cuanto mis ojos se toparon con los de Santiago supe que él también le daba consejos a su primo, sin embargo, no dijo nada más pues se puso de pie.

-¿Lista?

Asentí. Me tendió la mano para cargar mi pequeña maleta y nos encaminamos a la entrada.

Aún te amoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora