62. A drop in the ocean

94 9 49
                                    

Dos años transcurrieron desde que lo dejó en aquel hospital en New York. Dos años de haber tomado la determinación de irse a Italia, para seguir otro camino. Dos largos años habían pasado desde que puso un punto y aparte.

A pesar de la distancia tomada se sentía ansiosa y con un fuerte malestar que la hizo hiperventilar. Su corazón latía desbocado y aunque bien se lo pudo atribuir al hecho de que estaban aterrizando en aquel momento –cosa que detestaba cada que viajaba–, sabía que su atribulada mente le generaba toda clase de malas jugadas por estar consciente de que, después de dos años desde que todo terminó oficialmente, lo vería irremediablemente.

Era inevitable y lo sabía. Y aunque tuvo meses para prepararse mentalmente para aquel momento, lo cierto es que se sentía como una chiquilla a la deriva en un inmenso bosque, sin saber qué hacer o dónde esconderse para no ser alcanzada por sus demonios.

Carajo.

La turbulencia previa a que el avión tocara suelo arrancó algunos gritillos entre la tripulación, sin embargo, fue la mano a su lado, postrándose sobre la de ella en el respaldo del asiento del avión, la que la sacó momentáneamente del temor fundado que se comenzó a crear nada más se sintió más cerca de su destino.

El gesto, cargado de un cariño que solo podía percibir de quien estaba sentado justo a su lado, la tranquilizó un poco.

–Todo va a estar bien... –le habló Antonio regalándole una de sus más encantadoras miradas.

Aquellos ojos azules le remontaron a viejos tiempos cuando, en sus años de preparatoria, solían manifestarle ante algún problema que todo estaría bien. Le regresó la sonrisa, con un toque ansioso, para demostrar que en verdad hacía su mayor esfuerzo para no salirse de su zona de confort.

Antonio en ningún momento la soltó hasta que el avión de plano quedó estático y las docenas de pasajeros a su alrededor comenzaron a ponerse de pie, atribulándose en el pasillo en un afán de ser los primeros en bajar.

Se mantuvieron en silencio. Mientras él seguía atento a la concurrencia, esperando una oportunidad para poder también disponerse a la salida, ella no evitó mirar por la ventanilla y perderse de nuevo en sus meditaciones.

¿Habían sido dos años geniales en Italia? Lo fueron, sin duda. No obstante, ello había implicado un largo y tortuoso proceso para estar bien consigo misma y con su decisión de irse por completo de la vida de él, cierto ojiverde a quien ciertamente le había perdido la pista nada más dejó su vida en México atrás.

Sin embargo, la verdadera pregunta era ¿habían sido suficientes los últimos dos años para dejar todo en orden?

Si bien no podía negar el hecho de que se sentía plena en su vida, tampoco debía darle la espalda a cómo su mente (¿o corazón?) jamás lo olvidó, y el claro ejemplo era ahora que, sentada en aquel avión, esperaba poder bajar para adentrarse en las bellezas caribeñas de Varadero en Cuba –para la boda de su hermana Yeraldi– en una actitud totalmente nerviosa por el solo hecho de verlo.

–Vamos, ya podemos bajar –Antonio la soltó y le sonrió para que la siguiera.

Con movimientos torpes se puso de pie. Quiso tomar su maleta pero su acompañante ya se le había adelantado guiñándolo un ojo y moviendo la cabeza para indicarle que ya podían avanzar.

Para cuando recogieron el resto del equipaje sudaba, en parte su ansiedad, en parte el clima del lugar, y es por ello que un tanto abochornada se agarró el cabello en una cola alta.

–Se nota que dejamos el frío atrás –le apuntó Antonio que se quitó el sobrero para darse un poco de aire también.

–Yeraldi me lo advirtió hace días que hablé con ella –expresó, sin dejar de repasar las docenas de rostros para ver si veía alguna cara conocida aunque sabía que no era posible–. Supongo que dos años por allá me hicieron olvidar climas más cálidos...

Aún te amoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora