En la Arena

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El viento nos arrojaba sal en el rostro y el sonido de las olas acompañaba nuestros latidos estridentes. Apenas las 8 de la noche, esperábamos que la oscuridad creciente nos amparara.
Los tres nos miramos por un momento, nerviosos, cómplices.

Diego suspiró y comenzó a cavar, una tarea tediosa puesto que el terreno estaba cubierto de arena. Miranda sollozaba bajito, cubriendo el rostro con un pañuelo, seguramente sintiéndose culpable.

Nos buscó tan pronto como ocurrió, aterrada.

—Lo he matado entendimos que dijo entre lágrimas— No... No quería... Yo... Yo... Fue sin querer...

Diego y yo nos miramos, preocupados. Había que actuar rápido.

Ya estaba abierta la fosa, era momento de enterrar el cuerpo. Miranda no se atrevía a hacerlo por sí misma, así que tomé el cadáver y lo arrojé al hoyo arenoso. Mientras Diego lo cubría de arena, recordé lo que había contado Miranda, cuando pudo hablar.

Estábamos jugando, pero creo que hice algo que lo irritó —susurró—. Me atacó y caí al suelo, tomé una piedra hizo una pausa— entonces lo golpeé en la cabeza.

Los tres hicimos silencio por unos minutos, sopesando la situación.

Bien, esta noche lo enterraremos. Nos vemos en el bosquecillo cerca de la playa dije, pensando que el lugar sería apropiado.

El sonido de la pala encajándose en la arena me devolvió al lugar en que estaba, abracé a Miranda mientras Diego se sacudía las manos con expresión seria.

Así dejamos el lugar y, el viento, en una broma cruel, nos aulló tal como hacía el perro de mi amiga cuando aún vivía. Así acabó nuestra primera experiencia con la muerte, a la edad de 10 años.

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¡Hola otra vez!

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