Inmersión

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Casi podía sentir la lluvia en el rostro, como fluía sobre mi cuerpo en movimiento. La frialdad no me molestaba.

Cuando acabó Tempest—de Beethoven—, me detuve, entorné los ojos hacia las luces por un momento e hice una reverencia.

Nadie aplaudió, pero imaginaba ya las gradas llenas. Di por terminada la práctica y salí de la pista de hielo.

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