La Apuesta

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Me acerqué a la mesa taco en mano, con una sonrisa quizás demasiado confiada, pero me creía capaz de vencer a mi oponente.

—¿Seguro de que no te arrepentirás? —preguntó él antes de comenzar.

—Seguro —afirmé e hice la primera jugada.

Durante unos minutos solo se escuchaban el choque de las bolas unas contra otras, la música tenue del local y alguna que otra observación de nuestro público.
La apuesta era elevada, así también la expectativa.

Ese último movimiento no lo vi venir, un rebote perfecto y la bola número 8 ya estaba embocada por su parte.

Entonces volví a sentirme pequeño, recordé la realidad, no éramos sino niños intentando emular a los mayores; nuestros padres simplemente nos habían dejado jugar como hacían ellos. Y él ganó legalmente.

—Toma —se acercó mi amigo ofreciéndome parte de la recompensa—, podemos compartir los caramelos de fresa.

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