SIETE

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Miranda

No es del todo desagradable estar en esta casa.

Mamá y papá trabajan casi todo el día todos los días y cuando están en casa suelen hacer cualquier otra cosa que no sea estar con nosotros.

Estoy echada en la cama, con la cabeza de Austin a mis pies mientras ve sus redes sociales y yo me pierdo en la música que sale del toca discos.

Es mas de medio día y llegó a mi habitación en busca de un poco de compañía. Desde que éramos pequeños odiaba quedarse completamente solo por periodos largos de tiempo, jamás entendí por qué.

Supuse que después de lo que paso la otra noche, había mas razones por las cuales no quería estar solo.

La otra noche... ella...

—¿Con quién hablas? —le digo incorporándome al ver cómo le sonríe al celular.

—Con nadie—Dice fingiendo no sonar nervioso y saliendo rápidamente de la aplicación en la que estaba.

Sonrío malévolamente y en un movimiento rápido le quito el dispositivo de las manos para saber qué hacía. Me doy cuenta que la aplicación en la que estaba era Instagram, donde tenia un perfil abierto.

Echo una mirada rápida a la pantalla mientras batallo con Austin que intentaba alcanzar su teléfono. El perfil que veía era de una chica de cabello negro, lacio y largo, parecía haber estado demasiado tiempo viendo sus fotos y parecía que ella tenía bastantes porque tarde preciosos segundos a llegar al inicio de la página.

Como lo sospechaba, Austin no la seguía.

Lo mire con malicia con el dedo a pocos milímetros del botón de "seguir".

—Ni se te ocurra...

Presione el botón y él se soltó de forma brusca de mi agarre. Me arrebato el teléfono de las manos y apenas pude mover mi pierna lesionada para evitar que callera sobre ella por accidente.

El dolor de la rodilla me taladra le pierna completa, pero me limito a apretar los labios. No quiero soltar ninguna clase de ruido de dolor o Austin creerá que lo hice para darle lastima y me perdonara lo que acababa de hacer.

Mientras yo trataba de que el dolor disminuyera en silencio, el veía tenso su celular. Soltó un gruñido y se dirigió a la puerta.

—Luego me lo agradecerás—dije con una sonrisa a pesar del dolor, que ya iba menguando.

Me acomodé otra vez en la cama y seguí escuchando la música sin pensar en nada mas hasta que...

Su olor... el calor de su cuerpo contra el mío cuando la abrace...

—Señorita—dijo Mariel, mi empleada—, es hora de su caminata diaria. Recuerde que, si hacemos el tiempo que el doctor indicó, podrá presentarse al colegio en dos o tres días.

Abrí los ojos y la miré, asintiendo.

—¿Tiene calor? —me preguntó.

El sonrojo creció al darme cuenta de que el recuerdo me había ruborizado.

—Sí, un poco—dije intentando disimular mientras me levantaba lentamente y con cuidado.

Una vez de pie, el dolor agudo hizo que me dejara caer nuevamente en la cama.

—¿Ah tomado los analgésicos?

Mi silencio fue respuesta suficiente para que se acercara al cajón de la mesita de noche y tras revolver un poco en él volviera con una tableta en la mano.

RoadDonde viven las historias. Descúbrelo ahora