Capítulo Once.- No tienes que ser parte de esto, no creo que quieras serlo

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Macaque había odiado aquella estúpida brújula en el momento uno en el que Lady Bone Demon la puso en sus manos. No sólo era un recordatorio de lo lejos o cerca que Wukong se encontraba de él, sino también, los intentos del rey de alejarse lo más posible de él. Casi había olvidado que la llevaba encima hasta que uno de sus portales lo llevó a una ubicación que apenas y recordaba, completamente guiado por la brújula, haber intentado traer a los demás hubiera sido demasiado peligroso, ya no podían darse el lujo de ser descuidados.

Fue una suerte no haberse desecho de ella, en estos momentos exactos, cuando la energía de Wukong era tan débil que era incapaz de rastrearse, la brújula fue su única ayuda para buscar un indicio de la deidad.

Vagó entre un estrecho de colinas frondosas, la brisa congeló su rostro y la escarcha que venía desde el norte cubrió los mechones azabaches; en su bolsillo, la brújula se agitó con ansiedad, poniéndola entre sus manos frías, la pequeña flecha apuntó hacia adelante. El rastro mágico que Wukong dejó a su paso se hizo tan claro como el polen de las flores en primavera, no debería estar muy lejos.

Sabía que esas tierras eran parte del perímetro que rodeaban a la sagrada montaña de los anillos, Macaque no tenía que ser tan listo como para suponer que hacia allí era donde se dirigía el rey. Una densa niebla no permitió ver las puntas de las montañas circundantes, así que decidió ganar algo de altura antes de tratar de orientarse, el frío empeoraba a cada segundo y su pelaje no era suficiente para aislar el azote tempestuoso del clima.

Planeaba llegar primero al lugar donde el ritual se había llevado acabo, esperar a Wukong y emboscarlo antes que tuviera la oportunidad de hacer alguna tontería.

El mono de piedra era el ser más malditamente egoísta del que Macaque tuviera memoria, podía esperar que decidiera deshacerse de sus amigos, lo había hecho en el pasado. Pero haber abandonado a su propio hijo a la mitad de la nada sin una sola explicación estaba por mucho, fuera de los límites que Macaque permitía cruzar cuando se trataba de Wukong.

La ira que fluía por sus venas era tanta que apenas podía concentrarse en otra cosa que no fuera la imagen mental de él partiéndole la cara a ese idiota. Tuvo que tener cuidado de no aplastar entre sus manos aquella tonta brújula en medio de su rabia, al menos, hasta que algo captó la atención de sus orejas.

La flecha apuntó esta vez a su izquierda, llevando a Macaque a través de una de las últimas montañas donde los árboles aún tenían hojas, si prestaba atención, podría ver la linea exacta donde el bosque terminaría y empezaría el salvaje invierno eterno al otro lado de la montaña, el único lugar lo suficientemente frío para poder manejar el fuego maldito sin morir en el intento.

La brújula se agitó con mayor insistencia cuando comenzó su ascenso hacia la cúspide de uno de los montes, con el silencio y agilidad que lo caracterizaba, se deslizó entre las sombras con suma rapidez, ignorando la pesadez en su pecho y el odio que luchaba por inundar sus pensamientos. Se detuvo de golpe cuando escuchó el sonido de unos pasos.

El claro de los arboles proveyeron una barrera natural contra el frío, sin embargo, el risco frente a él aún mostraba la enorme cantidad de metros que esperaban abajo; a la distancia, el sol comenzaba su ascenso con una lentitud impresionante mucho más allá en el horizonte.

Escondido entre las sombras de unos arbustos, los pasos se hicieron más fuertes cuando finalmente una figura salió de entre los árboles. Macaque quiso gruñir de furia, sus colmillos se apretaron con fiereza ante la cólera de ver al otro mono suspirar de alivio, como si acabara de deshacerse de algún estorbo o contratiempo.

¡¿Cómo se atrevía a lucir tan despreocupado cuando dejó un niño hecho pedazos llorando en el asiento trasero de una  sucia camioneta sin consuelo alguno?!

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