Capítulo trece.- Entre las nubes enterré mi corazón, y escondí todas mis penas

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El mismo tiempo pareció congelarse, el viento se detuvo en seco, los pocos signos de vida animal se esfumaron al igual que el aire en sus pulmones.

Wukong permaneció estático, tenso en cada centímetro de su cuerpo mientras la mano en su espalda permanecía firme, con una calidez inusualmente... fría.

—Lo he visto todo— exclamó una voz detrás suyo, la montaña dejó de retumbar, pero el daño ya estaba hecho, a medida que la magia del rey se desvanecía, con ella se llevaba a su paso la vida de toda la vegetación existente, dejando nada más que cenizas dónde un día hubo un bosque fragante repleto de melocotones dorados.

Wukong conocía perfectamente esa voz, la odiaba.

—Lamento que todo haya terminado así— volvió a hablar el hombre, el sabio se encogió más sobre sí mismo, su cabeza palpitaba dolorosamente, sus manos aún aferradas al pequeño fragmento de piedra.—Sé muy bien por lo que estás pasando, no debes sentirte apenado— 

Algo en sus palabras encendieron una flama en la corta paciencia del rey, usando lo poco que le quedaba de su energía para darse la vuelta y apartar de un manotazo cualquier extremidad del emperador de Jade sobre su cuerpo.

—¿Cómo podrías saberlo? tú de entre todas las personas... no tienes ni idea— siseó Wukong con los dientes apretados, sus garras rasparon la piedra debajo de ellos, dándole un aviso silencioso al emperador de abandonar cualquier idea tonta de volver a acercarse.

El hombre de cabellos largos sólo suspiró, peinando su barba en un gesto pensativo mientras sacudía el falso polvo de su ropa. Habiendo cambiado su forma a un tamaño más humano, el gobernante del cielo se alzó sobre sus pies, mirando sin emoción alguna al rey que seguía de rodillas en el suelo, proyectando su sombra sobre Wukong.

—Gran sabio, estoy aquí, no como un enemigo, sino como un aliado—  el rey no pudo evitar reírse, mirandolo cínicamente.

—¿De qué me sirve un aliado si ni siquiera estoy peleando una guerra?— preguntó mordaz, manteniendo cerca de su cuerpo el pequeño guijarro, volviéndose demasiado consciente del bastón en su oreja.—¿Qué lo que quieres?— el emperador suspiró.

—Estoy aquí para tu confirmación de unirte al cielo—

—¿Por qué diablos quisiera hacer eso?— cuestionó temblando de rabia, el emperador no pudo ver su mirada, los puños del dios se apretaron contra la tierra.—todo esto fue por mi hijo...para mantenerlo a salvo, ¡y ahora está muerto!— Wukong lo encaró, con gruesas lágrimas cayendo de sus ojos, la montaña volvió a retumbar y por un momento, el cuerpo del rey parpadeó en dorado.

Sin embargo, esto no pareció afectar al hombre de largo bigote blanco.

—¡¿De qué me sirve estar en tu corte si no puedo traer a mi hijo de regreso?!— la voz del rey se atascó en un sollozo, Yu Huang volvió a acercarse, deteniéndose cuando el cuerpo de Sun volvió a iluminarse.

—La piedra no puede ser restaurada— afirmó el emperador.— pero aún puedes salvar al demonio de seis orejas— la respiración de Wukong se detuvo, mirando lentamente a los ojos de Yu Huang.

—¿Qué....— sus palabras murieron en su boca, el emperador se paró recto.— ¿Qué quieres decir?— preguntó receloso, la mano del emperador se movió en el aire, invocando un libro, como por arte de magia, las páginas se hojearon solas hasta llegar a cierto capítulo.

—El ritual de la piedra de la promesa es la tradición más sagrada que tenemos las deidades y demonios, romperlo es considerado un crimen atroz e imperdonable, Liu'er Mihou se ha encontrado culpable de abandonar voluntariamente el ritual, trayendo así la muerte indirecta de un nuevo ser celestial, se le acusa de atentar en contra de nuestra raza y de las leyes que rigen nuestro imperio, su sentencia... es la muerte inmediata y la destrucción de su alma— terminó de leer con voz fría, las pupilas de Wukong se contrajeron del horror, su propio corazón pareció dejar de latir.

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