Capítulo Ocho.- El pasado al que nos aferramos, y al que jamás podremos regresar

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El rey jadeó exhausto, de rodillas en el suelo, sus manos se apresuraron contra la tierra antes de que pudiera golpearse, respirando a grandes y entrecortadas bocanadas, sus ojos permanecieron cerrados, reteniendo un gemido de dolor tanto como pudiera.

Metros más atrás, su nube mágica se fue evaporando con rapidez, deshaciéndose justo en el lugar donde se habían impactado contra el suelo, no había tenido tiempo de planear un mejor aterrizaje, estrellándose en el primer punto seguro que encontró; la sangre en sus palmas no le dejaron mentir, fue una mala caída.

Algo pareció desgarrarse en el aire, el sonido inconfundible de un portal de sombras abriéndose metros más allá. Maldijo por lo bajo, sabiendo que el mono de pelaje negro obviamente había sentido su energía.

Su corazón latió cansado contra su pecho, pisadas apresuradas acercándose hasta llegar a él.

—¡Wukong!— Gritó Macaque arrodillándose rápidamente frente a él, todo el cuerpo del sabio temblaba, y su nariz estaba roja. El guerrero lo examinó asustado, quitándole la nieve restante de la cabeza, una mano fue a cubrir su frente. —Estás helado, ¿Dónde diablos te metiste?— Exigió saber.

En lugar de responder, el mono dorado estornudó, obligándose a quedarse quieto cuando Liu er se quitó su propia bufanda del cuello antes de ponérsela a él, el calor de la prenda nueva alivió el entumecimiento en sus extremidades, intentó no pensar mucho en lo reconfortante que el aroma de la tela resultaba ser.

—Creo que me fui un poco más lejos de lo que pensé y terminé en las colinas nevadas cercanas— Dijo encogiéndose de hombros, sonriendo falsamente en aquella expresión socarrona que le ponía de los nervios al mono negro, el frío en su alma comenzó a menguar poco a poco a medida que recuperaba su sentido de la estabilidad, dándose cuenta que había un pequeño cráter en el suelo debajo de ellos.

La cara del guerrero fue de pura incredulidad.

—¿Cercanas?, ¡Estamos hablando de ciento veinticinco kilómetros!— Reclamó Macaque, mirando detrás del rey, las montañas permanecían tan verdes y llenas de vida como la temporada lo indicaba.

 Nubes grises relampaguearon por encima de la zona donde se encontraba el campamento, muchos metros más lejos de ellos.

—Recuperé el control sobre mi nube, no me di cuenta de la distancia que tomé—  Wukong le restó importancia al asunto, haciendo que Liu'er lo mirara.

Hasta ese momento, Macaque se dio cuenta de las heridas del rey, con rasguños en sus piernas y brazos, un pequeño corte en su mejilla dejó una fina linea de sangre que se perdió en su barbilla, no era nada grave, pero el simple hecho de que parecía lastimado cuando supuestamente sólo fue a "meditar" ya era algo de qué preocuparse.

—¿Vas a decir algo al respecto?— Lo señaló por completo, el sabio negó con la cabeza.

—No es nada, me encontré con un monito en el camino y le pareció divertido robarse el códex, lo perseguí un rato por el bosque hasta que se lo quité— Relató, el libro maldito estaba en el suelo a un lado suyo, con un poco de tierra en la cubierta por culpa de la caída.

Si era una mentira o no, Macaque no tenía la energía para seguir indagando.

Cerrando los ojos cuando una luz brillante llenó el claro, parpadeó confundido, mirando de nuevo al rey de los monos, su ropa rota había sido remplazada por una nueva e intacta, las heridas previas habían desaparecido. Un hechizo de glamour.

 Liu er levantó una ceja, interrogante.

—No quiero más preguntas— Fue todo lo que dijo el sabio, desviando su vista hacia el bosque, no pudo evitar el suspiro aliviado que escapó de sus labios, estaba a salvo.

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