Capítulo Siete.- La montaña cayó junto a los pedazos de mi corazón destrozado

1.8K 192 81
                                    

El aire helado se estrelló contra su rostro cuando se lanzó desde el cielo hasta aterrizar de pie en el suelo de piedra, su nube se dispersó junto a una ráfaga de viento, perdiéndose en la inmensidad de la oscuridad.

Las tinieblas sumieron la montaña en una inquietante penumbra, la noche desprovista de estrellas, no hubo ni un atisbo de luz en el cielo donde la luna nueva ocupaba su lugar, ningun rayo que iluminara el camino al que Wukong pudiera aferrarse cuando se encontró de vuelta en la escalinata del sendero blanco.

Las decoraciones seguían ahí, algunas colgando sueltas y descuidadas por los vendavales que las sacudieron, un escenario lamentable como un cruel recordatorio de todo lo que salió mal.

De pie frente al altar, el recorrido se sintió eterno, los peldaños que lo separaron de la base de piedra parecían no tener final, con cada paso que avanzaba podía sentir los murmullos y las miradas de demonios que realmente ya no estaban ahí.

No había nadie ahí más que él.

Sus pies hicieron eco contra la piedra bajo él, del resto, el silencio fue su único compañero hasta que la mesa ceremonial se hizo visible.

¿No se sentía esto como un Deja vu?

Aunque esta vez no había vestimentas pretenciosas, sólo la misma ropa sucia que usó cuando se escapó por la ventana del palacio Bull, no hubo un hermano a su lado que le diera aliento al subir la escalinata, tampoco un hermoso sol radiante sobre sus cabezas, estaba solo esta vez, pero el sentimiento no fue muy diferente al de hace días cuando el ritual no se completó.

Las sombras que se cernieron sobre él casi parecieron reconfortantes, y sabía que no debería estar tan bien con ello, pero se sentía familiar.

Nadie se lo había dicho, claro, nunca se lo dirían, sin embargo, escuchó los cuchicheos de la servidumbre, las paredes no eran delgadas, pero sus oídos eran demasiado sensibles, nunca como los de...

De todas maneras, en el tiempo que estuvo inconsciente se percató de cada susurro que hombres y mujeres soltaron a su alrededor.

Jamás se borraría todas aquellas miradas de su mente, ese montón de ojos sobre él lo perseguirían, la facilidad con la que lo aceptó le pesó en su interior.

No tenía ninguna razón para volver, después del desastroso desenlace del ritual lo único que quería era desaparecer, volver a su montaña, a su templo, y no ser visto nunca más. Desearía poder sentir vergüenza y culpar como razón de sus sentimientos a la humillación de la infinidad de cotilleos que recibiría de ahora en adelante por parte de dioses y demonios, pero ni siquiera él podía fingir que le importara algo de lo que esos petulantes idiotas tuvieran por decir.

No, era su corazón lo que dolía, el que se estaba cayendo a pedazos, aquel que sangraba por dentro y se desmoronaba al igual que la piedra que se había obligado a destruir.

Incapaz de sostenerse erguido, sus manos se apoyaron en la plataforma, cansado, uno de sus dedos rozó algo.

Y cuando miró el pequeño guijarro no pudo soportarlo más, su voz se quebró en un sollozo afligido, lágrimas saliendo sin parar mientras se aferraba al pedrusco con todas sus fuerzas, como si hacer eso pudiera traerlo de regreso.

Ojalá pudiera regresar el tiempo.

Cayendo de rodillas, abrazó contra su pecho el fragmento de su promesa rota, ninguna disculpa sería suficiente para perdonarse, acariciando las runas, más lágrimas cayeron sobre las manos temblorosas, no pudo retener el grito que escapó de sus labios, llevándose consigo el aire de sus pulmones.

Todo su cuerpo irradió en un has dorado, explotando en una onda expansiva, la montaña se iluminó por completo, hojas cayendo de los árboles, el suelo se quebró debajo de él cuando sus poderes arremetieron contra el bosque entero.

Full DisclosureDonde viven las historias. Descúbrelo ahora