Capítulo Dieciséis

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Alba observa las calabazas descansando una al lado de la otra sobre el estante. Están frescas, recién cosechadas, pero una de ellas lleva una pequeña mancha verde sobre un costado.

A Alba no le agrada.

Así que Alba quita su paño canela del bolsillo de su delantal y comienza a frotar hasta que el verde vuelve a ser naranja. Sonríe, al acabar, satisfecha del resultado. Satisfecha de ser eficiente.

Guarda nuevamente su paño en el bolsillo. Mira el reloj de la tienda y descubre que son las once de la mañana. Bien. Sábado, veinte de septiembre, y el almacén del padre de Sabela ya está en perfectas condiciones de recibir el otoño; tres calabazas por un euro, saquillos de té y sobres de sopa de todos los sabores en el mostrador, y bufandas y paraguas exhibidos en la entrada.

Suena la campanilla de la puerta y segundos después ingresa la dulce anciana del barrio. Alba echa un vistazo a Sabela, situada junto a la caja registradora, y ve que le está sonriendo de vuelta. Clara, se llama la señora. A Clara le caen muy bien, es lo primero que les dice apenas la ve. Que al barrio le hacía falta un negocio como aquel es lo segundo, y que tengan un buen día es lo tercero, ya marchándose con su cambio y su bolsa de calabazas.

Observando desde la ventana de su despacho privado, el padre de Sabela se siente orgulloso del nuevo negocio familiar, su hija y la amiga de su hija, Alba Reche, caída del cielo. Cuelga el teléfono y les dice que pueden tomarse un descanso, si así desean.

Entonces Alba y Sabela se dirigen hacia la salida, luego de dar las gracias.

Una brisa sopla en el aire y mueve un poco los cabellos de las muchachas al salir. En la entrada de la tienda hay un banquillo, así que Sabela se sienta, pero Alba ve un pequeño remolino de hojas en un rincón y coge la escoba de forma automática. Comienza a barrer, mientras que Sabela comienza a contar los acontecimientos de la noche anterior, en voz baja, para que no la oiga su padre.

'-Y su padre es el intendente, ¿sabías?' - Hace una pequeña pausa, dándose cuenta de lo que ha dicho. '-Venga, claro que lo sabías, si conoces a Carlos desde siempre.'

Alba suelta una pequeña risita, mientras termina de juntar las hojas del suelo.

'-Me ha llevado a conocer su despacho... ¿Puedes creerlo, Alba? He estado en el despacho del intendente...'

Alba intenta oir con atención la historia de su amiga, los detalles de cómo Carlos robó las llaves y se escabulleron de noche, cómo le invitó helados, golosinas y pizza, pero, de repente, le invaden a ella recuerdos de su propia noche anterior. Recuerdos que la hacen desvanecerse del momento.

Es su padre, en sus recuerdos. Y Joan, llamando a casa un viernes por la noche, consultando por ayuda con su tarea.

Alba dio explicaciones, una y otra vez. Suplicó, con ojos bañados en lágrimas. Solo era Joan, su amigo del colegio. Solo necesitaba ayuda con sus ecuaciones. No era nadie más.

Pero su padre no quiso ni iba a creerle, de ninguna forma. Su padre gritó por todo el sitio, malhumorado, con sabor a vino tinto en su aliento. Buscó las tijeras en la cocina, regresó con sus venas marcadas en sus antebrazos. Cortó el cable del teléfono.

Pero no fue suficiente. Instantes después, con toda su fuerza, arrancó el teléfono de la pared, dejando allí un hueco blanco.

A Alba la arrojó en el armario de madera, luego cerró con llave. Y allí Alba pasó la noche, durmiendo en el suelo, hasta que abrió los ojos por la mañana y encontró la puerta abierta, ya siendo sábado, esperándola el tercer día de trabajo en la tienda del padre de Sabela.

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⏰ Última actualización: Jan 24, 2023 ⏰

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