Capítulo Cuatro

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Alba Reche abrió sus ojos de repente, sintiendo una gran aceleración en el pecho que velozmente la llevó a desprenderse de sus sábanas, sintiendo al instante el calor del sol que entraba por la ventana en su cuerpo. Segundos después, el reloj despertador sobre la mesita de luz comenzó a sonar, dejándole saber a la muchacha que, al menos esa vez, había resultado vencedora de ese tan clásico duelo, aunque como recompensa tan solo había recibido un gran susto.

Entonces dejó escapar un suspiro, ahora sabiendo que la pesadilla que le había producido ese sudor frío en la parte trasera de su cuello ya por suerte se había marchado de su cabeza, dejándola libre por completo, y sola. Sí, siempre sola.

Pero no por haberse librado le había llegado el alivio -ni le llegaría-. No por haberse librado los latidos en su pecho habían desacelerado -ni se desacelerarían-. Y, definitivamente, no por haberse librado el miedo la había abandonado.

Ni la abandonaría.

Pues Alba Reche recordaba la noche anterior.

Alba Reche recordaba el encierro de madera, sus cruces ensangrentadas, las velas que acabaron por apagarse. Recordaba los gritos de su padre que le anunciaban que sus pecados le estaban guardando un lugar en el infierno, que verdaderamente se lo estaba ganando. Y cada una de sus lágrimas.

Alba Reche lo recordaba, como si acaso aquello fuera posible o fácil de olvidar.

Rápidamente sacudió su cabeza antes de darle un pequeño golpecito al reloj, logrando así callar su detestable sonido de una vez. Acto seguido, se levantó con un poco de dificultad de su cama, sabiendo que no tenía tiempo alguno que perder, mucho menos cuando era el agua caliente de la ducha quien la esperaba.

Minutos después, la joven muchacha ya se encontraba frente al espejo, cepillando su cabello rubio que poco a poco se secaba. Accidentalmente golpeó con su peine el borde de sus gafas por lo que -estaba segura- era la tercera vez. Y suspiró al chequear la forma en la que el jardinero de jean vestía su cuerpo, junto con sus tenis y sweater blancos, siendo más que consciente de que a ellos nunca se les escapaba nada. Deseando, como todas las mañanas, que por favor aquello no la convirtiera en un blanco fácil, que por favor aquello la volviera invisible. Aunque, para esas alturas, ya bien sabía que era mucho pedir, ya bien sabía que ellos nunca la dejarían en paz.

Alba Reche tan solo deseaba que la dejaran en paz. Tan solo eso que parecía ser imposible. Y sabía que sus ojos cansados lo demostraban, de la misma forma que se preguntaba por qué solo ella parecía verlo.

Ella y, a sorpresa suya, Natalia Lacunza. Pero sus pensamientos aún no tenían deseos de agotarse. No hoy, cuando debía hacer aquello que era tan importante.

Cogió su mochila del escritorio y la colgó en sus hombros. Luego, tiró fuertemente de sus correas, como de esa forma juntando el coraje necesario para andar entre lobos todo el día, repitiéndose una y otra vez que allí fuera no había razón para temer.

O, al menos, no una exagerada.

Y finalmente bajó las escaleras hacia la sala de estar, encontrando curioso el hecho de que los apresurados latidos de su corazón coincidían con cada que paso, seguidamente sorprendiéndose al descubrir que el ambiente al que había llegado se encontraba vacío, siendo la televisión prendida en el noticiero matutino lo único que emitía sonido alguno en su hogar.

No había razón para temer, aún no acababa de repetírselo.

Extrañada, se dirigió hacia la cocina, cuidando cada movimiento que hacía, tan sigilosa como sabía que debía serlo.

Y fue allí cuando esa figura que horrorosamente temía apareció frente a ella, duplicándola en altura, forzándola a levantar su vista lentamente hasta encontrar esos ojos oscuros que no pudo vencer, que la hicieron encontrar un refugio donde detenerse en su corbata roja a rayas blancas. Entonces tragó con dificultad ese nudo que había nacido en su garganta, a la vez anhelando que el tiempo por favor no la abandonara.

Encuéntrame aquí dentro || ALBALIADonde viven las historias. Descúbrelo ahora