Capítulo Nueve

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El vestuario se hallaba vacío. Sus ventanas estaban cerradas, los bancos desocupados, los percheros abandonados, sin abrigos que cuidar. Colgado en la pared, el reloj corría y corría, pero nadie atravesaba la puerta. El silencio reinaba, lo cual solo volvía todo un poco más extraño. Sin gritos, sin risas, sin chismes que volaran de un lado a otro, el lugar no parecía ser el mismo de siempre. Natalia y Marta lo habían examinado enteramente, cada rincón hasta comprobar que verdaderamente allí no había nadie. Se sorprendieron, al principio, pero no más que eso. Ya alguien llegaría, pensaban, porque alguien siempre llegaba. Pero el reloj continuaba corriendo y ellas dos continuaban siendo las únicas allí. No importaba, se decían, aún no era la hora. Pero la hora llegaría, más temprano que tarde, y era de extrañar que aún estuvieran solas. No importaba, se repetían y se acercaban al espejo. No hacía mucho alguien se debía haber duchado, seguro por ello los cristales estaban empañados. Marta había escrito su nombre en ellos, usando sus dedos. Natalia la había imitado, riendo débilmente. Se hallaba un poco cansada, eso no podía negarlo. Su energía baja se notaba, pero no molestaba. Estaba bien que algún día Natalia Lacunza se cansara. Estaba bien que algún día guardara un poco su distancia, mostrándose presente, pero como desde lo lejos. Sus ojos se cerraban si ella los dejaba. Sus párpados estaban levemente caídos, aún no había conseguido reparar por completo su sueño. Sus piernas seguían agotadas, sus músculos pedían descanso constantemente. Tal vez esa noche sería la vencida, tal vez esa noche caería en un sueño profundo que la remediara por fuera, como necesitaba. A su lado, Marta se veía tan bien, parecía encontrarse de maravilla, aunque a Natalia no le parecía correcto comparar.

-Ey, Nat, cuando todo esto se termine... - Preguntó Marta de repente, sacando a Natalia de su trance. Sonrió al ver a su amiga de regreso en la realidad. Entonces, sabiendo que ahora tenía su atención, comenzó a garabatear un esqueleto en el espejo. Ya había dibujado cientos de ellos antes, casi le salían de memoria. -¿Tú crees que habrá algo más?

-¿Te refieres al insti y eso?

-No, no. Hablo de la vida... - Manteniendo su concentración, le dibujó una sonrisa a la calavera. Aquel era ahora un esqueleto feliz, Marta también lo estaba. Natalia la observó con curiosidad, cruzándose de brazos. -Cuando acabe esta vida, ¿tú crees que habrá otra?

Frunció su ceño, ahora con confusión. Hacía un tiempo que Marta no la sorprendía de esa manera, con esos interrogantes que la dejaban sin respuestas. La última vez le había preguntado si no creía que todo aquello ya lo habían vivido, mucho antes en el tiempo, como si todo estuviera escrito y se repitiera eternamente.

-Pues... No lo sé tía... Podría ser - Respondió Natalia, rascando la parte trasera de su cabeza. Con el silencio del vestuario, su voz sonaba un poco más fuerte. Aquello sí que se sentía un tanto extraño. Marta aún no despegaba sus ojos del espejo, seguía trazando detalles. -¿Tú crees que sí?

-Yo creo que... Buah, es que yo tampoco sé... - Marta se detuvo, su dibujo ya estaba finalizado. Desvió su mirada hacia los ojos de Natalia, negando apenas con su cabeza. -Pero, jo, cómo molaría saberlo... Yo hoy he soñado que vivía siete vidas distintas.

-¿Siete?

-Sí, siete, de verdad.

-¿Y cómo se sentía?

-¿Alguna vez has volado en avión?

Natalia asintió.

-Era así como se sentía... - Marta agachó su cabeza, ahora observaba sus pies, posicionados justo sobre un pequeño charco de agua. Frente a ella, Natalia escuchaba atenta, intentando comprender. -Miraba hacia abajo, como si mirara desde la ventana, ¿sabes? Y pasaba por encima de mis vidas, veía cada una de ellas, como si fueran una ciudad o algún país...

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