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El beso — Auguste Rodin

El artista francés, Auguste Rodin, realizó esta conocida escultura en el siglo XIX, más concretamente en el año 1881. Hay una historia curiosa detrás de esta obra de arte y es que, su idea inicial era representar la conocida escena de La Divina Comedia en la que Paolo y Francesca son asesinados a manos del marido de ella cuando los descubre besándose. Sin embargo, conforme iba esculpiendo y dándole forma a su obra, se dio cuenta de que las siluetas que estaba modelando transmitían una cierta sensualidad. Precisamente por ello, decidió alejarse de la idea inicial y convertirla en una obra independiente.

—Leah, ¿estás bien? escuché lo que te había ocurrido, tienes que tener mucho cuidado la próxima vez — Leah se encogió al escuchar a Sara conversar de esa forma.

¿Cómo alguien podía preocuparse tanto por ella?

Habían pocas veces en la vida de Leah en las cuales ella podía sentirse a gusto. Estar con Sara, lograba que Leah se sintiera feliz.

Tal vez, por unos escasos minutos.

Pero...

Leah era feliz, o al menos eso intentaba.

—Tranquila, Sara. Fue sólo una droga estúpida que me dieron...al menos me pude librar de Downey...y del lobo...— Leah sintió sus ojos picar y levantó su cabeza para así evitar que aquellas lágrimas comenzaran a brotar.

Sara acercó su mano a la de la impropia dándole así, un leve apretón.

—Shh...ya hablamos de eso...él no volverá.

Leah negó.

¿Cómo podía estar segura?

Básicamente, el lobo comandaba todo el lugar. El elegía quién se quedaba y quién huía de ese sitio.

Aunque...la única forma de escapar era esa antinatural a la que la mayoría le temía.

Morir en manos del lobo y su jauría.

Leah mentía si no admitía la cantidad de veces que deseó morir a manos de la jauría. A pesar de que aquella idea sonaba desgarradora, ella lo había deseado.

—No Leah, tú serás la única persona en este jodido sitio que no podrá morir en manos de mi jauría, y tú sabes bien el porqué.

Leah sonrió de manera amarga al recordar la jodida frase mencionada por el lobo.

Lo odiaba.

Lo detestaba.

Y sabía perfectamente que jamás podría escapar de ese lugar. Estaba atada de manos y pies, un pañuelo cubría su boca para que no pudiera hablar.

Lo único que quedaba al descubierto, eran sus ojos.

Aquellas escenas desgarradoras de la jauría destrozando a mujeres, eran sucesos que Leah jamás olvidaría.

—No tienes idea Sara...no tienes idea de lo que él puede hacernos...tú sabes bien el control que tiene sobre nosotras...— Leah sintió sus ojos picar y mordió su lengua.

Leah era la única de las chicas que podía reconocer al lobo. Básicamente, ella era capaz de saber quién era en un abrir y cerrar de ojos.

Porque sí, la cobardía de la jauría era hacer uso de máscaras en sus rostros para así mantener su identidad en secreto.

Patético.

Sara acarició la mejilla de la reclusa y esbozó una sonrisa.

La mujer sabía lo doloroso que había sido para Leah el poder enfrentarse al lobo. Sin embargo, Leah no era la única que ya lo había enfrentado.

innocent » joseph quinnDonde viven las historias. Descúbrelo ahora