Pájaro de mal agüero
Esa noche lloré, lo cual no me enorgullecía y de inmediato me catalogué como una llorona que no aguantaba nada. La noche fue testigo de mis sollozos y de la mala manera en que el sueño me ganó a una hora de que mi madre viniera a despertarme como siempre a las seis y media de la mañana para ir al colegio.
Preguntó por mis ojos hinchados y rojizos, a lo que contesté que durante la noche un mosquito me había visitado y no pude evitar rascarme con fuerza para saciar la picazón.
Me vestí con el uniforme de Callum Taylor. La falda se agitó por debajo de las rodillas con el tono azul marino que lo distinguía del resto de escuelas y el bléiser se ajustó a mi cuerpo.
Mi padre me estaba esperando en el auto. Como todas las mañanas, él aprovechaba de llevarme a la escuela y luego se desenvolvía en su trabajo. No podía quejarme, había otros que la pasaban peor en las mañanas, como caminar desde temprano largas distancias o simplemente ir aplastados en los buses que corrían en la misma dirección. Mi única molestia era mi padre en sí, quien parecía no comprender que una vez levantada mi boca no podía oler a basura. ¿Acaso él no se lavaba los dientes?
Desde el baño oí la bocina del auto.
—¡Sophia, ya es tarde!
Frente al espejo rodeé los ojos. Sabía que mentía para que apresurara el paso.
De otro lado oí la voz de mi madre:
—Tu padre te está llamando. —Se encontraba preparando el desayuno de Dylan que, aunque tuviera trabajo desde temprano, se daba el capricho de llegar tarde y mi madre no lo encontraba para nada irresponsable—. Más te vale apurarte.
Se encontraba en la cocina, mientras que yo usaba mis últimos minutos para lavarme los dientes en el cuarto de al lado, siendo lo que era el baño, y con la puerta abierta. Era del mismo tamaño que mi habitación, sólo que mejor decorado y de una brillante cerámica de tono celeste y blanco.
Al lado de la taza y el pan con queso, había una vianda con comida; percibí ligeramente el aroma del arroz recién graneado, con salchichas encima y, según recordaba los gustos de Dylan, tomate como acompañante.
Mi estómago se quejó en silencio, sabiendo que sólo tenía dinero para comprar colación.
La menta de la pasta de dientes me provocó ganas de vomitar.
Salí del baño, encontrándome a mi madre a punto de volver a la cama. El desayuno de mi hermano mayor estaba listo sobre la mesa, enfriándose porqué él seguía sin aparecer.
—No olvides cerrar la puerta cuando salgas —me dijo y, cuando creí que pasaría de mí, me regañó una vez más—: Péinate, por dios santo. ¿Cómo puedes ser tan desordenada? ¿Acaso te gusta que te vean así?
Según yo lo estaba, pero para ella no. Tuve que regresar al baño, oyendo a mi madre refunfuñando y mi padre tocar repetidas veces la bocina.
El reflejo en el espejo me decía que la coleta estaba en perfecto estado, no debía porqué seguir oyendo que no estaba arreglada correctamente, pese a mi gran pereza de rehacer el peinado.
De lado vi unos pequeños cabellos rebeldes y sobresalientes también en la liga. Entre oír el ruido del auto y mi madre señalando que era un fracaso, prefería el primero.
Salí acelerada, con la mochila colgando de mi brazo. Solté un «Me voy, mamá» del cual no obtuve respuesta, y me encontré a mi padre finalmente luego de darle a Oddie unas palmadas de despedida. Ya se encontraba dentro del auto, fuera de la casa, mirando con el ceño fruncido la radio y reparó de mi presencia, a lo que me hizo señales de entrar rápido.
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La Liberación de Morven
AdventureEl día de su cumpleaños Sophia Sawyer oyó a sus padres hablar sobre haber deseado nunca tenerla. Entonces ¿qué hizo? Aparentar cómo si nada hubiese pasado; agradeció a su madre por la cena de cumpleaños y se fue a dormir. Tal y como un lema familiar...