Capítulo once

31 4 1
                                    

Reconocimiento de armas

—Bienvenida al rincón de Konbrum.

Habíamos seguido al resto dentro del edificio principal. Las filas caminaron con la frente en alto y no se detuvieron como Cilinus me dijo que debíamos.

Nos quedamos de pie en silencio.

Me hizo ver como el resto seguía su camino y, cuando vi la bota oscura y polvorienta del último de ellos, el chico me guió al rincón del lugar; la pared de piedras era fría, con protuberantes riscos que toqueteó hasta que se oyó un crujir en todo el largo y espacioso pasillo.

Miré la obra con sospecha y con un pie dispuesta a retroceder en caso de ser una trampa mortal.

La pared se agrietó liberando polvo y pequeñas piedras al suelo, con el levantamiento se generó bordes en forma de una puerta enorme, un portón, y, de la piedra que Cilinus tocó, se transformó en un pomo del cual arrastró hacia sí mismo y me dio el paso.

Un aroma primaveral acaricio la punta de mi nariz, a lo que el frío de la noche desapareció.

Habíamos entrado a otro pasillo.

Miré por encima del hombro, hacia atrás, la entrada se mantuvo en forma de portón con un pomo dorado que, de recordar bien, al otro lado era una piedra rectangular y de tono grisáceo.

Volví al frente.

La boca de Cilinus se movía con el poco entusiasmo que acostumbré a oír, pero yo no era capaz de procesar la información, o de siquiera fingir hacerlo. Él señalaba los cuartos del corredor y parecía hacer hincapié sobre algo que se encontraba a su derecha, sólo que yo no prestaba atención a causa de mis pensamientos de lo recién ocurrido en la hora de la cena.

Quienes me habían deseado suerte y felicitaciones con las sonrisas más grandes que alguna vez vi desde que arribé a Navernum en realidad deseaban verme mutilada por simple emoción. Cilinus ni siquiera tuvo la delicadeza en revelarlo.

Cómo dormir después de aquello, ¿no? Lo descubrí cuando se me fue presentada una puerta.

Noté de inmediato que era añeja. La pintura blanca estaba por desaparecer y se notaba el café original de la madera oscura que había visto en cada sitio de la fortaleza.

—Este será tu cuarto hasta que se sepa quién es tu patrocinador —Cilinus bostezó, a lo que me vi siguiéndole el acto—. ¿Alguna pregunta?

—¿Alguien más vive aquí?

Era un pasillo enorme con al menos diez puertas en un costado y al otro, con muebles en exuberantes libros como paisajes en las pinturas colgados en los espacios en blanco entre puerta y mueble. No había papel tapiz, el aburrido de la madera era abundante en el rincón de Konbrum. El techo era del color de un día aburrido, un amarillo que no estaría ni en las uñas de Dy.

De inmediato capté que simulaba el tono del estandarte del patrón de Cilinus, como el color de su cabello.

—No —respondió el chico con un tono tajante—. Sólo yo.

No tenía más que decir, no me atreví a preguntar sobre Selem, así que me dispuse a girar la manilla de la puerta.

Al igual como la entrada a aquel lugar, polvo y pequeñas piedras cayeron a mi cabeza y nariz.

Me la rasqué y traté de no respirar por ella.

Cuando no visualicé bien el interior una luz destelló en el cuarto. Era un espacio compacto. Una simpleza hecha realidad; una cama, un velador y un armario con tres colgadores a la deriva con una capa de suciedad. Las paredes seguían con el personalizado del pasillo, con un foco de luz en el techo —era idea mía, pero parecía más avanzado que otras zonas que había visitado— del cual estaba segura, que podía tocar con la yema de las manos de un solo salto.

La Liberación de MorvenDonde viven las historias. Descúbrelo ahora