Capítulo doce

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Hemiciclo

Fui bastante ingenua.

No. La palabra correcta era «imbécil» por dejarme llevar por las simples palabras amables encubiertas del apoyo por parte de Vernides. No negaba que era buena la intención de darme esperanzas para el día del combate, no obstante, había que ser realistas.

Era débil, tanto que no podía levantar siquiera un barrote de pesas.

A comparación de las chicas de mi salón, me consideraba lo bastante fuerte. En ocasiones, Naomi me pedía que la acompañara de compras y le ofrecía llevar la bolsa con sus comestibles porque me mataba la imagen de su pequeño y flacucho cuerpo ser manipulada por el peso que claramente la doblegaba. No era desconocida tampoco mi «buen atributo», el resto de las niñas me pedían que las ayudara a transportar asientos o sus propias mesas; como también cuando tocaba Educación Física, daba la casualidad, que todas debían ir a los baños y me dejaban sus pertenencias como si fuera un colgador portátil. Los chicos se burlaban de mí, no comprendía porqué, pero recordándolo tal vez fui igual de ingenua que en donde me encontraba.

Recordar era molesto. No tenía nadie que me subiera los ánimos. Naomi estaba quién sabía dónde con tía Amelia, y yo rodeaba de chiquillos jugando a los soldados impacientes de verme hecho puré. Iba a ser la burla. Y la única cosa que me daba valentía era esperar que no fuera televisado en vivo.

Cilinus golpeó la puerta a la misma hora que el día anterior. No fue necesario el balde con agua, su entusiasmo se apagó al verme despierta con la mirada pérdida en el traje de Konbrum en los pies de la cama.

Oí como me indicaba lo usual: era tiempo del desayuno y que me esperaría en la puerta.

El frío envolvió la habitación, a lo que empecé a temblar.

Mi cabeza era un desastre. El uniforme de Callum Taylor ya era cosa vieja, no era más que un pijama que me traía recuerdos que no sabía si quería traerlos seguidos. Perdí a tía Amelia y a Naomi con él. Me traspapelé al quitármelo. Los brazos se me pegaron a la tela y batallé con las botas que se intercambiaron de lugar.

Una vez lista, salí tratando de que mi cabello se viera peinado. Un poco, al menos. Las mañanas no eran lo mío, es especial mi cabello. Cilinus se encontró con mis ojos y se giró. La puerta se abrió por arte de magia y salimos.

No era tonta, sentía que Cilinus me miraba. Aquellos ojos fríos y penetrante bajo el cabello disparejo y desteñido eran una inconclusa expresión. Me preguntaba si estaría pensando en sí decirme algunas palabras de aliento, que me facilitaran el dolor de estómago.

No dijo nada.

Por donde observé, a través de los huecos que simulaban ventanas a mis espaldas, el cielo era sereno con nubes desapareciendo a velocidad mínima. Algo que había aprendido de allí era que el clima no era igual al de mi hogar. Allá apenas era invierno, mientras que en Navernum parecía que la primavera o el verano recién arribaba.

Por mi parte, pensé, aborrecía el calor.

Los chicos de Chibidine no demoraron en bajar con el creído aire que Dy lideraba. No me sentí tan atacada como esperaba. El deseo de esconderme persistía intensamente, pero los comentarios de la pelirroja se resbalaron ante mi poca reacción.

—No le hagas caso —dijo Cilinus, sin más ánimo.

—No lo hago —respondí de igual forma.

Y era verdad. Ni siquiera había oído lo que quiso decir.

El resto de los pisos fueron bajando. Cualquier persona habría querido ver la escena con rapidez y que apresurara el paso; como las escenas embarazosas de las películas y le dieras «adelantar» hasta la parte más interesante. Mi yo de ayer habría agradecido tener el control remoto, pero en aquel momento empecé a ver todo en un filtro de cámara lenta y presenciarlas como un tipo de marcha que harían al velar mi cuerpo inerte en el suelo.

La Liberación de MorvenDonde viven las historias. Descúbrelo ahora