Cena
Siempre me consideré una chica con suerte: cuando debía exponer, me llamaban de las últimas; ¿ir a un examen sin estudiar? No pasaba nada, la suerte estaba de mi lado al recordar la materia; hacerle una broma a alguien sin que se enterara como culpar a alguien y que los demás lo creyesen. Había tantas cosas de las que me había salvado sólo por tener suerte, o tal vez sólo por ser yo, pero... ¿luchar? Nunca había ido en contra de alguien e ir a propinarle un golpe en el rostro, aunque si había tenido pensamientos de hacerlo, aun así, nunca los ejecuté.
Este mundo estaba en contra de mí; era un mundo de mala suerte.
Cuando le conté a Cilinus lo que había tenido placer de hablar esperaba que me diera todas las respuestas del lugar, pero su rostro se agrió y dijo:
—Cuando llegue el momento recoge tu ropa.
Y añadió unos golpes en mi hombro, a lo que partió a dejarme en el primer piso y desorientada.
El chico era tan golpeable que me sorprendía cómo no lucía moretones en sus ojos en vez de ojeras.
No tenía dirección, y tampoco zapatos.
El mundo se seguía moviendo sin mí, me mantenía quieta y sin saber qué hacer, esperando por alguien que me recogiera como un perro abandonado.
De nuevo, qué patético de mi parte.
Tenía mucho que explorar, contaba con Cilinus para que me enseñara todo lo increíble del lugar. Pero se había devuelto sin más al enorme edificio. En cuanto le hablé de mi conversación con el General, su cuerpo se movió inmediatamente.
¿Qué debía hacer? ¿Esperarlo?
Una parte de mí me decía que sí, esperarlo parecía la respuesta correcta. Y, por el otro, mis pies volvieron a sentir el cosquilleo erizado del césped.
Me imaginé en medio de un campo de fútbol; espacioso y verde, sólo que sabía que los límites eran muros de diez metros y no líneas blancas.
Era un buen día para un paseo. El edificio de donde acababa de salir se encontraba en el centro de todo, por lo que atraía muchas miradas. Caminé por el borde de la construcción, siguiendo y preguntándome hacia donde me llevaría.
Pasé junto a un grupo de muchachos que brillaban en sudor, conversaban de alguna cosa que les ocasionó risas y caí en cuenta que me señalaban y volvían a reírse. Uno de ellos miró mis pies descalzos. Otro dijo: «Es la invasora que Valectus trajo».
¿Cómo los había llamado el General? ¿Soldados? La mayoría parecía de mi edad, otros eran niños que apenas entraban en los trajes de cuero y tropezaban con, lo que sospechaba, un maniquí para practicar. No le había dado importancia a ello, pero cada chico que veía vestía un cuero de cierta tonalidad y alzaban lanzas como si fueran aviones de papel.
Guerrero era el término antiguo, recordé. ¿Se preparaban para una guerra?
Ignoré las miradas como si no me estuvieran escociendo las mejillas. Odiaba la atención, más por gente que jamás había visto.
Toqueteé el edificio y continué caminando, oyendo las risas convertirse simples susurros al viento; era rocoso y desprendía un tenue aroma a sal. Recordé que Cilinus dijo que Navernum se encontraba cerca del mar.
Ansiaba por poner mis pies en esa agua fría y que se hundieran en la arena blanca...
Retrocedí de repente y perdí el equilibrio.
—¡Ay, ten más cuidado!
Me disculpé de inmediato. Había chocado con alguien y, por el tono de voz, era una chica.
ESTÁS LEYENDO
La Liberación de Morven
AdventureEl día de su cumpleaños Sophia Sawyer oyó a sus padres hablar sobre haber deseado nunca tenerla. Entonces ¿qué hizo? Aparentar cómo si nada hubiese pasado; agradeció a su madre por la cena de cumpleaños y se fue a dormir. Tal y como un lema familiar...