Levrila
Bajamos del auto en un sitio desolado. Nunca lo había visitado, por lo que me desorienté a cada espacio a cual miraba. Todo se veía igual que a otro extremo. Ni siquiera tenía en cuenta que en «Nueva Vista» existía aquel sector.
Di un paso en la tierra y oí un sonido tintineante. Capté botellas y latas de licor.
Al parecer, otras personas si estaban al tanto del lugar.
—¿Y ahora qué?
Miré a la mujer.
De pie, era como toda una mujer de negocios con su carísimo traje y tacones oscuros. Tía Amelia era alta, al contrario de mi madre y tías. No sabía cómo mirarla exactamente; por una parte, seguía sintiendo esa conexión de tía y sobrina y, por el otro, no quería estar demasiado cerca de ella porque tenía el presentimiento de que no me había dicho toda la verdad.
Me hizo un gesto con el brazo.
—Sígueme.
No me moví, preguntándome si era una broma.
—No vamos a dejar a Naomi ahí como si nada, ¿cierto? —le hice saber, que al menos tuviera la consciencia de tener a alguien en el interior durmiendo sin supervisión.
Ni siquiera volteó.
—Le bajé al vidrio, así tendrá suficiente aire —contestó como si bastara para tener a un ser humano vivo. No era un perro—. Ahora deja de llorar y vámonos. Me duelen los pies.
Avanzó, teniendo la plena idea de saber cómo orientarse en todo el campo desolado de simple tierra y basura que los mismos pobladores venían a dejar.
Tuve el duelo mental de seguirla o de permanecer junto a Naomi, pero la importancia que aún mantenía la imagen de tía Amelia en mi cabeza me impulsó a seguir sus pasos.
De inmediato mis zapatos negros y el borde de mi falda se mancharon de polvo. No le tomé importancia, no volvería a la escuela dentro de dos semanas, sólo que no me complacía el esfuerzo que tomaba limpiarlos los fines de semana para que se ensuciaran así de fácil.
Miré a mis espaldas. El automóvil seguía intacto, sin olvidar los ataques de los cuervos en la cubierta, desde mi posición parecía simplemente abandonado y, esperaba, que las personas también pensaran lo mismo sobre su valor.
No tenía relevancia, pero mi mochila se encontraba dentro y quería que, al menos, se salvara junto con Naomi.
El sitio lo rodeaba rejas amarillentas y oxidadas, con algunos barrotes descolocados; perros entraban y salían por los mismos huecos. Era el terreno de una persona adinerada, lo habría pensado de no ser por la basura acumulada descaradamente.
—Este lugar apesta... —no pude evitar soltar.
Había pisado una cascara de naranja.
—Pues sí, es basura humana —dijo la mujer, dándome una mirada de «te lo dije» y se volvió al frente—. La entrada está oculta por allá.
Señaló otro montón de basura.
O eso se veía a simple vista. Era inextricable si lo mirabas de pasada; una mesa de costado, le faltaban las patas traseras, el mantel polvoriento y manchado de lo que parecía antigua comida servida, las sillas arrojadas alrededor como si una reunión de ejecutivos terminara en una discusión. Tarros de basura acompañaban el ambiente —en el interior de uno se encontraba las partes restantes de la mesa— y, con el hedor, asumí que los perros no venían solamente a buscar algo de comer.
Era tan irreal en un espacio sin fondo y seco. Tía Amelia lo miró satisfecha, como si le alegrara y no pudiera contenerse por poner su traje encima de esas sillas sucias y astillosas.
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La Liberación de Morven
AdventureEl día de su cumpleaños Sophia Sawyer oyó a sus padres hablar sobre haber deseado nunca tenerla. Entonces ¿qué hizo? Aparentar cómo si nada hubiese pasado; agradeció a su madre por la cena de cumpleaños y se fue a dormir. Tal y como un lema familiar...