𝐃 𝐎 𝐂 𝐄

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13 DE AGOSTO DE 1987


No sólo Chan se encontraba nervioso de estar en esa casa, sino que sus hermanos también. Tenían miedo y eran conscientes del comportamiento extraño que tenía su mayor y los sucesos inexplicables que les estaban ocurriendo.

Pero Chan no podía hacer más que pasarse las noches en vela y vigilar porque sus hermanos no salgan lastimados. Sus padres no dejarían atrás el gran sueño que era trabajar y vivir en la gran ciudad con un soporte económico medianamente favorable, y mucho menos dejaría que sus hijos se fueran a vivir con su abuela sin ellos, más que nada por las malas lenguas.

Estaban viendo el televisor cuando anocheció, Jeongin ya estaba dormido con la cabeza en sus piernas y estirazado en el sofá. Felix estaba en el sillón viendo la película, mientras que Jisung estaba en el suelo dibujando en una libreta. De pronto, la luz se fue y Chan se levantó alerta, despertando al menor de golpe y Jisung corriendo junto a su mellizo.

— Chan hyung —dijo Felix temblando.

— V-voy a ir a los fusibles —tartamudeó—, están en el pasillo.

— No nos dejes solos —pidió el castaño.

— Seguramente solo se haya ido la luz —ni siquiera él creía en sus palabras—, no tardaré nada.

Chan les echó un último vistazo a ellos tres abrazándose asustados antes de ir lentamente al pasillo. Se guiaba por las luces de la calle que entraban por las ventanas y, una vez llegó hasta ellos, levantó las pestañas que habían caído. Sin embargo, la luz seguía sin volver.

Empezó a escuchar esa melodía otra vez, esa canción de cuna que idiotizaba a los niños y corrió hasta el salón mientras gritaba;

— ¡Cubrir vuestros oídos!

Cuando regresó, notó que les hicieron caso. Tapaban sus orejas con fuerza al igual que sus ojos. Chan miró la fotografía familiar encima del mueble, se veía él reflejado en el cristal, pero también esa mujer a su lado mirando a los menores. Más el pelinegro no podía verla a su lado como se suponía que estaba.

Parpadeó un par de veces y desapareció del reflejo del marco. Dio vueltas sobre su eje buscándola, la nana se oía de fondo más no causaba nada en él. La vio moverse en el reflejo del reloj de la cocina, una sombra a través del cristal del lavadero. Recordó haberla visto nítidamente en el espejo de la habitación de sus padres, donde se suponía que se había suicidado décadas atrás. Por lo que pudo llegar a la conclusión de que estaba atrapada en los reflejos de la casa.

De forma súbita, los cristales empezaron a agrietarse. Las ventanas, los marcos de las fotos, el vidrio del reloj. Además, el edificio (o al menos su departamento) estaba temblando.

— ¡Chan hyung! —gritó Jisung abriendo un ojo.

Oyó a Felix y Jeongin gritar asustados por lo que estaba pasando a su alrededor, más Chan estaba absorto con su mirada al final del pasillo oscuro. Al final, a la derecha, estaba la habitación de sus padres, cuya puerta se abrió despacio acompañándola de un chillido de los herrajes.

Una mano femenina se asomó por ahí, asustando al joven y rápidamente empujó a sus hermanos para salir de esa casa.

— Vámonos, tenemos que irnos.

Los menores gritaban y lloraban mientras salían atemorizados del departamento y bajaban corriendo todas las plantas hasta llegar a la calle. Chan llevaba a Jeongin en brazos y los mellizos no se habían soltado las manos. Estaba lloviendo para cuando empezaron a caminar hacia el bar de sus padres.

— Vamos, entrad —dijo Chan abriendoles la puerta del local, el cual estaba abarrotado.

El mayor agarró la mano de Jisung, quien a su vez cogía la de Felix, y con su otro brazo sujetaba a Jeongin.

Se acercó a su padre, quien estaba sirviendo una mesa, y este no se esperaba encontrarse a sus hijos empapados, llorando y temblando como corderitos.

— ¿Qué hacéis aquí? —preguntó con el ceño fruncido, no sabía si estaba cabreado, confundido o preocupado.

— Vámonos de esa casa, por favor —suplicó Chan mientras lloraba.

Pudo ver como el rostro de Changbin cambiaba a enfado, incluso sus mejillas se ponían rojas conforme los segundos pasaban.

De un manotazo agarró su brazo fuertemente, vigilando que los clientes no los estuvieran observando, y se los llevó a la cocina, donde Chaeryeong los vio por primera vez desde que llegaron y se preocupó.

— ¿Se puede saber qué mierda te pasa? —soltó a Chan de manera descortés.

— Ha vuelto —jadeó. Changbin lo miraba como si tuviera ganas de golpearlo. Su vista viajaba de su hijo mayor a los menores, quienes lloraban desconsolados.

— ¿Qué dices, cariño? —su madre apareció detrás de su esposo.

— A ver —dijo su padre sujetándose el puente de la nariz—, que ha vuelto, ¿quién, Chan?

— ¡Esa mujer! —exclamó moviendo las manos de forma exagerada— ¡Quiere hacerle daño a los niños y llevárselos! —al escuchar aquello, los menores aumentaron sus llantos y Changbin apretó los puños.

— Cállate —le advirtió señalándole con el dedo— y no digas más tonterías.

— ¡Es verdad! ¿¡Por qué no me creéis!? —Chaeryeong le miraba mordiéndose el labio intentando no llorar, Changbin por su parte se pasaba las manos por el cabello desesperado— ¡Si se mueren será vuestra culpa! —gritó sin medir sus palabras.

Y no se esperó que su padre le diera un golpe con la mano abierta en la mejilla, girandole la cara.

Su madre se tapó la boca y los mellizos junto a Jeongin retrocedieron un par de pasos. Pues Changbin jamás les había puesto una mano encima.

— No quería hacerlo, pero me has obligado —habló Changbin—. Ahora vas a agarrar a tus hermanos, vas a decirles que todo ha sido una broma de mal gusto, y se irán a casa a dormir, ¿te ha quedado claro? —dijo en un tono bajo para que solo Chan pudiera escucharlo.

Lo había intentado todo por salir de ese lugar, ahora no le quedaba más remedio que enfrentarse cuando llegara la hora a esa mujer.

— Sí, papá.

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⏰ Última actualización: Sep 29, 2023 ⏰

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