Capítulo 9 | El bosque solía darme miedo

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Siempre que salíamos por ahí, Chay tenía una botella de alguna bebida alcohólica

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Siempre que salíamos por ahí, Chay tenía una botella de alguna bebida alcohólica. Menos en la escuela, la cual la tomaba para jugar voleibol. Había confirmado lo que me sospechaba, y es que con él las risas no se agotaban. Celeste y él eran los únicos que habían probado un trago amargo de cerveza. En cambio, Kaira y yo estábamos aún bastante cuerdas. El más ido era el ricitos.

Aún seguía nerviosa por lo ocurrido esta tarde. Fui muy tonta al darle mi cámara a Celeste. Ahora seguro piensa que la acoso o quién sabe, algo peor. Me quedaba viendo el fuego de la fogata, calentaba a las cuatro personas del lugar. El bosque de noche me daba pavor. En cuanto la ojiazul me había invitado otra vez a este sitio, mis latidos aceleraban como siempre.

Aunque trataba de evitarlo, no podía contener la rapidez a la que viajan las pulsaciones cuando se me acercaba. No podría acostumbrarme a esto siendo ella mi compañera de cuarto.

—Ahora vengo, voy a mear —habla el mulato, sacándome de mis pensamientos y causando una risa en mí.

—Ahórrate los detalles —bufa Celeste rodando los ojos.

Él la ignora y se mezcla con el bosque.

—Yo iré a buscar más cervezas —continúa la castaña.

—¿A dónde? —pregunto.

—Tengo una nevera escondida por el bosque, la lleno de hielo y bebida cada vez que tengo oportunidad de venir aquí —explica—. No está tan lejos, vengo pronto.

Y desaparece entre las ramas, igual que Chay.

Ahora, me encontraba a solas con la pelirroja confundida. Buscaba en mis pensamientos algún tema de conversación para que no se quedase el silencio incómodo del momento. Ella me lo hizo mucho más fácil hablando primero.

—Necesito que me ayudes. ¿Recuerdas lo que te conté hace semanas? Hablé con mi amiga y ahora está más confundida. Dice que duda de su sexualidad, pero tiene miedo de lo que pueda pasar. De dar ese paso primero y que todo salga mal. —Vuelve a ser Kaira por segunda vez. Su voz aguda no paró ni un segundo para tomar aire.

—Creo que debería lanzarse. A fin de cuentas, si a tu amiga le gusta esa chica debería tomar la iniciativa y no evitarla más.

Ella no dice palabra alguna. Mi respuesta nos hizo pensar a las dos. ¿Debería lanzarme? Si lo hiciera crearía un desastre, y eso no es lo que deseo. Ni siquiera sé si a Celeste le gustan las chicas. Siempre está al lado de ese pesado de Luca...

—¡Ya llegué! —Salta Chay, sacudiendo a la porrista un poco. Sus rostros se habían acercado demasiado, pero no duró más de dos segundos cerca.

—¡Yo también! —Me sorprende la ojiazul por detrás, haciéndome dar un respingo en el lugar. Mi corazón tomaba velocidad de nuevo, sentía mis cachetes arder y ponerse algo rojos.

—Un día de estos me matarás de un infarto.

—Espero que eso no pase —Me dedica una sonrisa.

Chay toma una de las cervezas que trajo la pelicorta y la abre haciéndola soltar algo de espuma. Toma un sorbo y decide tomar el control de la charla, estuvo haciendo preguntas tontas durante diez minutos. Ya tenían a la porrista y a la pintora resabiosa algo exhaustas de tanto parloteo.

—Ahí les va otra. ¿Por qué en una fiesta de barra libre, lo único que no está libre es la barra?

—Solo piensas en alcohol y en preguntas estúpidas —habla irritada la ojos electrizantes.

—No son estúpidas.

—Tú eres estúpido —ataca Kaira.

—Esto no se vale, dos contra uno —rueda los ojos y toma un sorbo de su cerveza.

Yo reía por lo bajito sin que nadie se diese cuenta. Seguía cavilando en lo que le dije a Kaira. «Deberías lanzarte.» Tal vez sí debería, pero, ¿qué ganaría con ello? Nada, no ganaría nada. ¿Una humillación?, quizás. Sentía que su mirada azul cielo me atacaba cada vez que se posaba en mí como ahora. Era como una bala directa en la sien. Me confundía, no sabía que quería exactamente con sus expresiones. ¿Por qué se me dificultaba leerla? Sabía que la pelirroja hablaba de ella en tercera persona, y que el mulato de rizos se la pasaba bebiendo porque la porrista no se daba cuenta del amor que le tenía. Podía leer tan fácil a ellos dos, pero, ¿y Celeste? Era un misterio su mente, y me daba miedo lo que podría ocultar en lo más profundo de su ser.

—Debo irme —menciona la ojiazul—. Mañana tengo que levantarme temprano. ¿Me acompañas, Ágata?

Silencio.

—Sí... claro...

Nos despedimos de los que se quedaban aún en el lago y nos adentramos en el bosque. Eran cerca de las diez de la noche y un fresco impactaba mis cachetes. El frío de Seattle no tenía comparación con el de Escocia. Esto para mí era muy natural. Al contrario de la castaña, que se le notaba un poco de estremecimiento durante el camino hacia la casa. Pisaba algunas ramas en el suelo, ahuyentando a las pocas ardillas que se encontraban en aquel bosque.

Podía ver la espalda de Celeste. Ella era un poco más delgada que yo, pero no mucho. De hecho, nunca me he fijado en su cuerpo, pero es hermoso.

Antes de cruzar la cerca cortada, ella para en seco haciendo que lo hiciera también. Los grillos cantaban con la noche, notándose el silencio incómodo entre las dos. Iba a preguntar qué pasaba, pero ella se me adelanta y habla primero.

—¿Por qué me tomas fotos? —pregunta por lo bajito.

Yo seguía detrás de ella. Mis ojos se habían abierto un poco por el asombro. Me estaba poniendo otra vez roja, y algo nerviosa. Odiaba ponerme así por su causa. ¿Qué tanto causaba Celeste en mí?

Yo busco alguna excusa estúpida que no sonase tan estúpida, y respondo:

—Me gusta verte hacer lo que te gusta, y solo quise crear un recuerdo sobre ello. Perdón si te molestó.

—No creo que esa sea el único motivo de porqué lo haces —ataca.

Me sentí otra vez atacada por su mirada. El bosque de noche me solía dar miedo, pero ella, ella intimidaba mi corazón con dulces ojos azules. Se me acerca un poco, con pasos cortos. Sus manos estaban dentro de su abrigo que les llegaba a los pies. Me sentía pequeña al lado de ella, a pesar de ser unos centímetros más alta.

Mi respiración se corta, está muy cerca. Con un tono de voz decidido, suave, y a la vez melancólico, dice:

—¿Yo te gusto, Ágata?

Mis pensamientos se desordenan por un momento. No sabría qué responderle sabiendo yo la respuesta verdadera. No pude pensar, no pude. Mi mente me decía «no lo hagas» y mi corazón me repetía una y otra vez mis mismas palabras «lánzate, lánzate» Decidí saltar por el precipicio, sin saber si algo suave me esperaría abajo. Supongo que así se siente el amor a veces, alguien se debe sacrificar para hacer al otro feliz, y sin duda esa iba a ser yo. Aunque me rechazara, trataría de hacerla feliz a toda costa. Porque sí, soy una estúpida amante del alma de Celeste.

—Sí, me gustas, Celeste.

Esa noche había perdido un miedo, y creado otro.

Esa noche había perdido un miedo, y creado otro

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