Capítulo 15 | Dulce tormento | II

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Mi respiración era pesada

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Mi respiración era pesada. Se veía el vaho salir de mi boca. Mi cuerpo se había calentado demasiado y no creo poder sentir una gota de frío en toda la noche. La señora que trabajaba en la rueda de la fortuna nos avisaba que teníamos que bajarnos.

Mientras no dejaba de moverse la noria, bajamos de aquella cabina un poco nerviosas. Según yo, estaba más nerviosa ella. Mis pies parecían palitos flacos que se iban a romper con facilidad. Evitaba su mirada, la vergüenza me carcome. Luego se bajan Kaira y Venus. Ellas, en cambio, parecían más agitadas que nosotros.

—¿Qué les pasó? —examino sus caras, mirando hacia atrás, a Venus.

—Es que al parecer le tenía miedo a las alturas, y se puso nerviosa.

—¿Y por-por qué decidiste subir? —tartamudea Celeste.

—Eh...

—Solo quería un poco de adrenalina, pero supongo que me pasé de la raya —contesta la rubia.

—Aunque ustedes también se ven algo alteradas.

—Celeste se mareo —suelto.

—¿Celeste? Si ella ha saltado en paracaídas y todo.

—Ah...

—Habrá sido la comida que me cayó mal.

—Eso tiene más sentido —sonríe apenada la pelirroja.

Luego de ese rato algo "incómodo" decidimos irnos hacia nuestras casas. Kaira quería esperar la navidad con sus padres y Venus también. El camino era algo largo, así que tomamos un taxi camino a la casa de los Amery.

Marcaban las once de la noche, una hora faltaba para navidad. El chófer del auto amarillo miraba fijo hacia el camino. Pero al parecer, era de este tipo de personas que le gustaba hablar de su vida con los extraños. No se callaba. Historias de su familia, de sus amigos, de sus amoríos. Solo esperaba el momento en que ya llegásemos a la casa.

—Una vez mi hermano casi se muere de un accidente de coche. Desde ahí le he tenido un poco de miedo a la carretera, por eso presto mucha atención cuando estoy al volante.

—¿Por qué mejor no se calla y atiende de verdad? —sugiere la ojiazul llamándole la atención al conductor.

Este enseguida hace silencio y no menciona más nada en todo el camino. Celeste estaba mirando el cristal y podíamos ver qué estaba nevando. Eran gotas pequeñas de agua congelada. Las calles estaban oscuras y solo se alumbraban con las luces navideñas. Rojo, azul, verde. Titilaban con velocidad. Saco mi cámara para captar este momento. Mientras se movía el auto disparo la foto.

En la imagen se podía notar las luces movidas. Eran como líneas corridas, de diferentes colores. La oscuridad hacía que los toques vintage que solía utilizar resaltasen.

—Me gusta verte como tiras las fotos.

No respondo nada. Trataba de no pensar en lo que había sucedido en la noria, sino, me pondría más nerviosa de lo que estoy. Aún mis pulsaciones estaban tomando una velocidad alta. Un nudo en mi garganta me evitaba hablar. Hasta que sonó un móvil en el auto. Por el sonido característico suponía que era el de Celeste.

Era Chay quien estaba llamando.

—¡Heeeey! ¿Cómo está mi pareja favorita? —vocifera por el altavoz.

Mis cachetes se ponen rojos de la pena. No digo nada y sigo mirando por la ventana.

—Chay, ¿qué demonios te sucede? —alterca.

—¡Estooooy muy drogado!

Se le notaba en la voz, no sabía que le iban ese tipo de cosas.

—Estás muy drogado, Chay, deberías dejar de hacer eso cada vez que vas a Orlando.

Al parecer era común por lo que decía la castaña. Luego de decirle eso se escucharon algunas voces y mucha música proveniente de la bocina del teléfono. Él cuelga luego de un «seguimos hablando después.» De Chay y unas palabras de «mi amor.» Que parecían de una chica.

El aura en el carro amarillo era algo tensa por mí parte. «mi pareja favorita.» eso me había alterado el nervio más de lo que pude mostrar. ¿Qué tanto sabía Chay? ¿Acaso se notaba tanto? En fin, que ahora mismo no estoy ocupando este cuerpo. Solo respiro.

—¿No te gustó?

Me volteo para verle el rostro a Celeste, estaba con la mirada hacia arriba y sus labios en forma de pato. Tal pareciera que está chica estaba inquieta, al igual que yo... y no es para menos...

—¿El qué? —inquiero.

Ella entrecierra los ojos, achinándolos y resaltando sus cachetes inflados.

—El beso, boba.

Mis ojos se abren exageradamente, casi que me dolían.

—¡Estás loca!

—Loco está el vecino mío... solía venir a mi casa a...

—¡Qué se acabe de callar, señor! —decimos en coro las dos.

Luego de pasar unos minutos en silencio, llegamos a la casa de los Amery. Por fuera se notaba que era la menos navideña, aunque por dentro no pareciera lo mismo.

Celeste me detiene antes de poder tocar el pomo de la puerta.

—Espera. Necesito hablar contigo.

Silencio.

—Quería decirte que eso que sucedió en la noria no una farsa para lastimarte. En serio yo te... —ella se acerca más a mí, su rostro era una pantalla la cual era fácil de ver, estaba sintiendo todo eso que decía—... te quiero, Ágata. Haré todo lo posible por alejarme de Luca, solo... necesito tiempo.

Mis emociones estaban en el circo divirtiéndose, mientras que mi mente hacía un viaje por toda Europa. No sabía qué contestar a tanto. Tenía muchas dudas y fue una lástima que esa noche no las iba a aclarar.

Santa había dejado un regalo antes de tiempo, uno que no era para mí. Estaba envuelto de recuerdos de amor, tristeza, nostalgia. Yo no pude responderle esa noche con un «sí, Celeste, yo te esperaré el tiempo que quieras.» Porque en cuanto la puerta se abre enseñando su anatomía, la castaña se queda muda.

Había notado que estábamos hablando fuera de casa, había escuchado los murmurios de la ojiazul. El rostro de la pelicorta era indescifrable. Su asombro era más que notable.

Una mujer de unos casi treinta años había abierto la puerta. Su rostro se me parecía demasiado al de Celeste. Su cabellera era rubia oscura y tenía los mismos ojos azules electrizantes. En sus brazos cargaba a un niño pequeño con sus mismas características.

—Pero... qué... ¿qué haces aquí?

—¿Así es como piensas recibir a tu hermana?

—¿Así es como piensas recibir a tu hermana?

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