Capítulo 13 | Estos juegos no me gustan

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Algún pensamiento lógico que puede que haya tenido se detuvo en cuanto vi a Luca atravesar la puerta

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Algún pensamiento lógico que puede que haya tenido se detuvo en cuanto vi a Luca atravesar la puerta. Estaba en el pie de la escalera, observando todo el show que se montaba el ojiverde. En cuanto Celeste hace su aparición, mi mundo se cae en pedacitos pequeños. Estaba claro que no podía meterme entre ellos dos. A pesar de todo, el chico pálido ama a Celeste, o si no, ¿por qué seguirían intentando estar juntos?

Yo en ese instante me olvidé de todo lo que Celeste me había dicho. Al parecer mi pregunta de "¿Y Luca?" Hizo crear un efecto contrario al que quería. Todo se me estaba aclarando. Celeste solo se sentía sola en ese momento y decidió decirme aquello, tal vez, es su modo de sentirse bien, y no lo juzgo. Existen personas en este mundo que adoran hacer daño solo para estar bien consigo mismos.

Esta vez me iba a separar por completo de Celeste y Luca. No quería ser la causa de alguna ruptura. Solo me quedaba una última misión: hacerle pasar el mejor cumpleaños de la historia.

Lo que quedaba de noche lo tomé para hacer la tarea. Había ignorado en su totalidad que estaban en la sala, hablando temas triviales de: «¿y cómo se conocieron?» «¿hace cuánto están juntos?»

Pasaron varias horas y Celeste aún no subía las escaleras para venir a la habitación. Yo no había cenado, puesto que Luca se había quedado a comer en la casa. No quería verlos juntos.

Bajo hacia la cocina de madrugada a agarrar lo primero que viera en el refrigerador, y mientras parecía un ladrón robando comida, Bastián me sobresalta con su comentario:

—Hambre, ¿eh?

El galón de leche en mi mano me delataba. Mientras que en otra tenía un pedazo de pan, todo mordisqueado por mí.

—Lo siento, es que no había cenado.

—No te preocupes, hija, ¿el estudio te tiene muy atareada? —habla, mientas que a su vez se posiciona a mi lado en las bancas de la isleta.

—Sí, sin duda, trato de que todo me vaya bien en la universidad y aprovecho al máximo mi potencial.

Los ojos azules que había heredado Celeste en definitiva eran de su padre. Aquel azul electrizante y punzante, que con solo una mirada podías notar que te analizaba mucho más allá que el alma. El señor Amery rondaba los cincuenta años, pero para su edad se mantenía muy bien. Su cabellera era rubia albina, al igual que su piel era aterciopelada. Aquellos focos azulados eran un faro alumbrando la sala. Brillaban mucho. En cambio, su esposa era más morena de piel, con su cabello castaño ondulado, característico de Celeste. Su risa era muy relajante de ver. Los dos se mantenían muy bien para sus respectivas edades.

A todo esto, me preguntaba cómo se vería la hermana de la ojiazul. No tenían fotos de ella por ninguna parte de la casa. Es como si en una noche el rencor entrara a la casa y hubiera robado el rostro de Claudia de los recuerdos de sus padres. Nunca me atreví a mencionar su nombre en esta casa, por lo que hoy tampoco iba a ser el caso.

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