11. ¿Judo?

117 8 2
                                    


Todas mis súplicas han resultado nulas cuando me despierto y me doy prisa para llegar al váter y echarlo todo. Al llegar a la puerta e intentar entrar suelto un bufido. Estoy tan débil que no puedo ni abrirla.

Por suerte, Cassie se levanta por los ruidos y me la abre. Cuando por fin abro la tapa, mi vista se nubla por las lágrimas y noto que Cassie me recoge el pelo. Hace días que me duele la cabeza y los retortijones son constantes.

—Ahg, vaya tiempo para ponerse mala —asquea Cassie, mientras me limpio los dientes.

Observando mi cara pálida como un copo de nieve, me encojo de hombros. Me retuerzo de dolor y antes de caerme al suelo por el mareo, me siento en él y apoyó mi cabeza en el mueble. Cassie se alarma y se agacha a mi lado.

—¿Estás bien? —Me coge de los hombros preocupada.

Niego con la cabeza y me llevo una mano a la frente. Estoy muy caliente, lo que me faltaba, hoy eran las motos de agua. Cassie me ayuda a levantarme y me lleva a mi cama.

Murmura un "Ahora vengo" antes de salir por la puerta. Unos minutos más tarde entra con un vaso de agua, medicación y un Alan un tanto histérico.

—No me mires —me tapo la cara cuando se acerca a mí —estoy horrible.

Cassie pone los ojos en blanco intentando contener una risotada. Alan suspira y me aparta los brazos, pero los vuelvo a poner.

—Déjate de tonterías —me vuelve a quitar los brazos— ¿Tienes fiebre?

Me encojo de hombros.

—Ni idea, pero estoy muy caliente.

Me tomo un analgésico que me ofrece Cassie mientras Alan va a buscar un termómetro. Cojo la botella de dos litros y empiezo a beber sin parar, estoy sedienta. Una arcada me viene y me apresuro a volver al váter. Cassie me sigue y vómito el agua que acabo de beber y así sucesivamente hasta que vuelve Alan y, me obliga a dejar de beber. A regañadientes dejo de hacerlo, todavía sigo sedienta.

—Está deshidratada supongo —comenta Cassie.

Alan le dedica una pequeña mirada antes de girarse hacia mí y tomarme la temperatura. Los tres abrimos los ojos como platos al mirar el número cuarenta en el aparato.

—¡Cuarenta! Hay que ir al hospital —se alarma Alan.

Niego con la cabeza rápidamente. No me gustan esos sitios, no quiero ir.

—No, no, estoy bien —le resto importancia.

Intento levantarme para demostrarlo, pero mi vista se nubla y me caigo al suelo de culo. Me sube la presión y noto que una electricidad caliente me recorre el cuerpo. No puedo más.

—Vale, tal vez no tanto —admito— ¡Pero no quiero ir!

—Tenemos que ir... —insiste Cassie.

Niego con la cabeza con ganas de llorar, no aguanto más. Alan toma el rumbo de la situación y me lleva al sofá para que me puedan vigilar bien. Me traen el cubo de la fregona por si tengo que vomitar y un paño húmedo. Todos me miran con cara de pena mientras me retuerzo de dolor con cada mínimo movimiento.

Me niego a comer, no me entra nada, pero eso no me impide cada cinco minutos tirarme al suelo para vomitar en el barreño. Me vuelvo a tumbar de lado, no sé por qué, pero me alivia.

—¿Pero qué mierda? Es como una máquina de dinero —se ríe Alex— va sacando todo el rato, ¿lo pilláis?

Rebeca le propina un golpe en el brazo y este se queja. Alan le mira con mala cara y yo vuelvo a vomitar.

Nuestro único veranoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora