15. Treinta de julio

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Sonrió con un cosquilleo en la barriga mientras veo a Alan conducir. Como llevamos unos días encerrados y sin hacer algo solos, me ha propuesto ir a los recreativos y después cenar con sus padres. Hace mucho tiempo que no los veo, así que estoy muy emocionada.

Nos estacionamos al lado del edificio de los recreativos y Alan rodea el coche para abrir la puerta.

—Mi pitufina —me hace una reverencia para que salga del coche.

—Dios me siento una princesa —ironizó bajándome.

—La mía lo eres —me sonríe.

Apartó la vista al edificio para dejar de reírme. Algo que no entenderé es que con solo verlo me saca una sonrisa.

Me coge de la mano y nos adentramos a la sala llena de máquinas a las que jugar. Cuando era pequeña me encantaba venir aquí.

Vamos a la máquina para cambiar los billetes por monedas y no puedo parar de reírme cuando veo a Alan fastidiado porque se le han caído todas las monedas al suelo.

—Te ayudaría, pero prefiero reírme—me tapo la boca.

—Tranquila, desde aquí abajo tengo una mejor vista de tu culo—me responde.

Avergonzada y roja como un tomate le doy una pequeña colleja mientras él sonríe con arrogancia.

Una vez recogido el desastre de monedas, busco impaciente una máquina con la que comenzar. La de baloncesto nos parece la mejor opción, así que cada uno se pone en un lado, preparados para ver quién hace más puntos.

—Va a ser difícil ganarte porque eres Harry Potter, pero... voy a intentarlo—me burlo de él.

—Bueno pitufina. Tú inténtalo, tranquila. Puede que te deje ganar y todo.

La tiro una pelota antes de comenzar para desconcentrarlo y empiezo a encestar sin parar.

Jugando sucio, así se hace.

Alan se queja antes de empezar a tirar también. Celebro mi victoria —aunque poco merecida— saltando y burlándome de él. Pone los ojos en blanco tratando de hacerse el enfadado, pero una pequeña sonrisa que está intentando disimular se le asoma en sus labios.

Buscamos más juegos a los que jugar y Alan elige unos de disparar. Nos ponemos cada uno en una pistola e insertamos el dinero para comenzar. Es mi bando contrario y tengo que matarlo, a él y a sus guerreros. Después de unos minutos, vamos muy iguales, solo quedan su personaje y el mío. Corro a buscarlo para matarlo y poder restregar otra vez mi victoria. Cuando estamos frente a frente, Alan me desconcentra.

—¿Te he dicho que te quiero, pitufina?

Le miró desconcertada y él aprovecha para aniquilarme. Celebra su victoria y yo cruzo los brazos y arrugó la nariz fastidiada. Se ríe de mí y me coge del hombro para ir en busca de más máquinas.

Nos pasamos toda la tarde jugando. Lo más divertido es cuando hacemos equipos y ganamos, lo celebramos abrazándonos como dos niños pequeños. Una de las veces, Alan se emociona tanto que hasta me cuelga de sus hombros y camina directo hacia la entrada mientras yo peleo para bajarme.

—Se nos ha hecho tarde, tenemos que irnos. —Se ríe por mis golpes inútiles en la espalda.

Me baja cuando ya estamos afuera y le miró fastidiada.

—Jo, yo te quería seguir zurrando.

—Eres un poco tramposa eh pitufina.

—No, lo de, te quiero si ha sido trampa—me quejo señalándole con el dedo.

Nuestro único veranoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora