6. Dia de playa

196 9 3
                                    

—¿Pepe Jeans, es en serio? —Me despiertan unos murmullos.

Miro la cama vacía de Cassie, es muy raro que no se encuentra durmiendo a estas horas, siempre se queda hasta tarde. Me levanto de la cama y me dirijo hacia el vestidor, de dónde ha provenido ese ruido.

Sonrío cuando abro la puerta y veo a Alan en el suelo, rebuscando mochilas vacías. Toso para llamar su atención. Está muy gracioso.

—¿Qué haces? —pregunto.

Se queda pasmado mirándome y no responde. Abro más los ojos esperando una respuesta.

—Estaba buscando una mochila —señala la estantería— hoy vamos a la playa ¿Recuerdas? El caso es que Lucas me ha dicho que aquí tenía unas guardadas. Es un modelo viejo, y encima caro, alrededor de más de cincuenta euros. Esta mochila —alza una Pepe Jeans negra, de tamaño mediano.

Me río de él, y de su drama con las mochilas. Me saca la lengua a modo de burla.

Lo inspeccionó como si fuera un escáner, tiene el pelo alborotado —está recién levantado, claro— pijama gris y una sonrisa burlona porque se ha dado cuenta de que le estoy inspeccionando. No me había fijado antes, pero recién levantado está guapísimo. Su cara de dormido hace que quiera ir corriendo a achucharle entre mis brazos.

—Aparta idiota —bromeo dándole una patada para que se aparte y me deje paso para buscarle una mochila.

Busco una de color rojo eléctrico y se la tiendo con una sonrisa de superioridad. Vacila en agarrarla. Como no se decide, se la lanzó a la cara después de suspirar sonoramente.

—Oye, más respeto —se queja.

Me cruzo de brazos y alzó una ceja confusa.

—¿Por qué tendría que tenerte respeto? —preguntó vacilante.

Se levanta y su sonrisa se ensancha al ver que le vacilo.

—¿Es que no te has dado cuenta? —pregunta algo indignado. Me encojo de hombros y suspira— tú y yo, cariño. Estamos predestinados.

Una sonrisa de superioridad invade su rostro al verme tan confundida. Me mira de arriba abajo inspeccionando mi pijama y miro en busca de algún defecto, pero él niega con la cabeza.

Recuerdo que me tengo que poner el bikini para ir a la playa y entro en pánico.

—Oye... ¿Tú crees que podría poner una excusa para no ir a la playa? —ignoro su estúpida sonrisa.

Alan me mira entre preocupado y confundido. Se rasca la cabeza y yo puedo ver como piensa a toda velocidad. Suspira apenado y me mira fijamente a los ojos.

—¿Por qué? ¿Hay algún problema?, mierda ¿He dicho algo que...? —comienza mirándome con culpabilidad.

—No, no. Esto no tiene nada que ver contigo —le interrumpo. Miro mis manos nerviosas mientras continuó— Es que... yo... —vaciló en hablar o no— odio mi cuerpo. Lo odio.

Niega con la cabeza.

—¿Qué? —se escandaliza— ¿Por qué? Si tienes un buen cuerpo. No digas eso, ¿es que no te ves?—me halaga.

El típico juego para que no me sientas mal. He pasado por esto tantas veces. A final pienso que es una simple broma.

—Vale, es lo que tienes que decir para hacerme sentir bien —me encojo de hombros.

—No... —me mira confuso— admiro tu cuerpo cada día y creo... que es perfecto. Eres perfecta —me asegura asintiendo y yo levanto la cabeza de mis manos nerviosas, con ganas de llorar— que te veas mal, no implica en que no seas preciosa, que no tienes sobrepeso ni nada parecido, o en que tengas unas curvas, incluso un culo... es decir, que me encanta tu cuerpo, en todos los sentidos —me admira— vale, creo que voy a parar, ¿te estoy haciendo sentir incómoda?

Nuestro único veranoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora