18. Patines

87 5 2
                                    

La semana está siendo tranquila, Lidia preparo una excursión por la inolvidable montaña, hicimos noche de cine en el jardín con una pantalla inmensa y Alan y yo hemos ido a correr algún que otro día. Y ahora nos encontramos en nuestro descanso de unos minutos para recobrar el aliento.

Me apoyo en su hombro con la respiración entrecortada. Estamos sentados en el banco del parque de al lado de casa de Lucas. Hablamos de los viejos tiempos riéndonos a carcajadas cuando vemos pasar a unos padres con sus hijos en dirección al parque.

—¿Quieres ir a otro lado o...?—me pregunta al ver que los miro de reojo.

Están a metros de distancia.

—No sé...—digo insegura.

Me vuelvo a girar hacia él y de repente se abalanza a mí uniendo nuestros labios. Le correspondo el beso tan fácil y rápido que me sorprendo. Nos seguimos besando cuando lleva una mano a mi cadera y yo le agarro de la nuca para atraerlo más hacia mí. Unos minutos después ya no me acuerdo de quién había detrás en el parque y entrelazamos las lenguas.

Me siento con ganas de más, así que me subo encima de él lentamente, sin separar nuestras bocas. Nos quedamos así unos ¿quince? ¿Veinte? Minutos besándonos, dándonos igual quién tenemos detrás, porque cuando somos él y yo el resto desaparece.

Cuando nos separamos inspeccionó el parque y ya está vacío. Nos miramos unos segundos antes de estallar de risa. Me tumbo con la cabeza en su regazo y siento a los pájaros voleteando, al sol dándome en la cara y que soy muy feliz en este punto de mi vida.

—¿Cuál es tu mayor miedo?—me pregunta sin más.

¿Por qué me pregunta eso? Debato en mi mente unos segundos hasta recordarme de la mayor fobia de mi vida, la muerte.

—Sin duda es la muerte, desde pequeña.

Lo miró un momento y él arruga la nariz. Apartó la mirada incómoda, no me gusta hablar sobre estos temas. Pensar en la muerte me da mucha ansiedad.

—¿La muerte? —me devuelve a la realidad— ¿Y eso porque?

Meditó durante unos segundos mi respuesta. Creo que me asusta el hecho de dejar de existir, me asusta no, me acojona completamente.

—Me asusta el hecho de que después de la muerte no exista nada más. Me da miedo dejar de existir para siempre, pero sobre todo que cuando llegue el momento me arrepienta de mi vida.

Él se me queda mirando, probablemente analizando todo lo que acabo de decir. Estoy segura de que muchas personas compartirán la misma opinión, pero si había alguien que no lo haría, ese sería Alan.

—Yo no le tengo miedo a la muerte, de hecho creo que le da sentido a la vida. Que pasara después probablemente no lo sepas hasta que te mueras. Por eso tienes que disfrutar de la vida lo mejor que puedas. Obviamente, van a haber cosas de las que te arrepentirás de no haberlas hecho, pero tienes que intentar hacer todo lo que quieras.

Nos miramos el uno al otro y sonreímos. Todavía tumbada le cojo del brazo y empiezo a acariciarlo. Creo que me podría pasar así toda la vida, disfrutando de estar con él. Me coge la cara y me besa lentamente, casi saboreando mis labios como si fuera la última vez que lo hace. Y me encanta eso de Alan. Le da valor a las cosas menos insignificantes, como cada beso que me da.

***

—¿Sabéis qué podemos hacer hoy?—pregunta Lidia emocionada— Podríamos ir a una pista de hielo que hay en un pueblo un poco lejos de aquí.

Todos en el sofá ponen cara de desconcierto. Cuando era pequeña solíamos ir con mis padres y mis hermanos, lo pasaba genial. Normalmente Lucia se caía bastante y acabamos en casa teniendo que curar sus rodillas rojas y moradas de tantos golpes. Pero que yo recordara, era solo en invierno.

Nuestro único veranoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora