10. Confesión

116 5 0
                                    

Alan y yo llevamos unos días sin hablarnos. Pensaba que seguiríamos igual, pero él me ha estado ignorando, y eso me enfada. No puedo evitar pasar delante de él y fulminarlo con la mirada. Ha decidido cortar lo que creía que estábamos construyendo y además me ignora.

A veces siento pena cuando ni siquiera me contesta si me dirijo a él algo borde, pero se lo merece. Puede jugar con liarnos un par de veces y cortarlo pero... ¿Con nuestra amistad? Es algo que me decepciona bastante. Pensaba que le importaba algo más que eso.

A resoplidos y golpes sigo limpiando uno de los muebles de la cocina cuando este se acerca a mí lentamente, como si me tuviera miedo. No lo juzgo, creo que me he pasado con él estos días, pero es que me duele lo que ha hecho.

Nunca hubiera dicho que me iba a volver a dirigir la palabra, o eso creo que espera hacer. Como después de varios segundos no habla, lo hago yo por él.

—¿Qué quieres? —resoplo bajándome de la escalera en la que estoy subida.

Le miró fijamente. Hace días que las ojeras son notorias bajo sus ojos, y un aspecto dejado también. Tiene hasta barba de varios días. Se mira las manos algo nervioso antes de empezar a hablar.

Que a Alan le cuesta hablar es algo muy inusual, siempre ha sabido dialogar con la gente con mucha facilidad, incluso estando muy enfadado.

—Yo... ¿Podríamos hablar? —consigue murmurar.

Ruedo los ojos haciéndome la dura, aunque estoy deseando oír lo que me quiere decir. Tiró el trapo en la encimera y me giro hacia él. Supongo que puedo imitar a Rebeca un rato después de todo.

—¿Tengo otra opción? —me quejo disimulando que mi corazón no ha dado un brinco.

Mierda, las cartitas no han servido con él. Pego una falsa patada al suelo fastidiada antes de seguirlo hacia el jardín. Se sienta en una de las hamacas de la piscina y cuando llegó a su altura también lo hago a su lado. Suspiro y miro el paisaje, el atardecer que siempre se ve aquí, es precioso conjunto, los árboles y la vegetación.

—Perdón —susurra.

Abro los ojos sorprendida. No me esperaba eso para nada. Inspecciono si se encuentra bien —aparte de estar un poco decaído, creo que está perfectamente— antes de asentir para que continúe hablando.

—Te dije que quería olvidar lo que ha pasado este verano... —comienza— Lo hice porque al verte con Eric... pensé... y creo que no sientes lo mismo.

—Yo no... nunca he querido nada con Eric —le aclaró.

Suspira obviamente aliviado por mi respuesta.

—El problema es que no quiero ser la razón por la que no puedas enamorarte de alguien más. Porque mereces hacerlo más que nadie. Mereces tener ese amor de película del que siempre me hablaste fantaseando como una niña pequeña. Y si yo no puedo darte eso, quizá no sea el indicado. Pero tampoco puedo ser tu amigo.

>>Quizá quiero alejarme demasiado rápido y abandonar todo antes de sufrir más. Quizá debería preguntarte que sientes tú antes de haber intentado hacerlo, pero tengo miedo. Tengo miedo de cómo me haces sentir, porque nunca nadie lo ha hecho, siempre has sido tú y dudo que dejes de serlo nunca.

>> Pensaba que... pensaba que podría olvidarte. Que podría seguir con mi vida sin ti, dejándote atrás. Pero... te quiero tanto que me duele —estoy casi segura de que unas lágrimas asoman por sus ojos como lo hacen en los míos— duele alejarme de ti y me siento un egoísta por no dejarte hacerlo. Y ahora que he hablado sobre mis sentimientos creo que quizá he dramatizado todo —sonríe limpiándose las lágrimas, cosa que yo también hago.

Nuestro único veranoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora