11.- No me dejes aquí

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—Te presento a Navet, Jurie y Hazel, son las esposas de los generales. —presentó Machi señalando a las tres mujeres jóvenes al igual que tú, pero de aspectos preocupantes, llenas de moretones y heridas, pero que daban poca atención a sí mismas cuando te vieron.

—¿Es ella? —se sorprendió Navet, apreciandote con el único ojo que le quedaba, pues el otro lo llevaba cubierto al haberlo perdido.

—La esposa de Lucilfer es un ángel. —Elogió Jurie, una castaña de aspecto delgado, casi desnutrida.

—Mira qué hermosa es. Seguro que cualquier prenda le queda divina —añadió Hazel, que no podía decir lo mismo de su propio aspecto de sobrepeso.

—Las dejaré para que se conozcan, vuelvo cuando terminemos la reunión. —avisó Machi antes de irse.

—Tu cabello es brillante y suave, tu marido sí que te cuida. —se acercó Navet para acariciar tu cabeza.

No podías apartar la vista de las heridas en ellas, tenías miles de preguntas y querías respuestas.

—Disculpa, ¿qué le pasó a tu ojo? —indagaste con nervios, tratando de no ser tan imprudente. Sin embargo, Navet, puso su mano sobre la venda en su cara y agachó la cabeza con pena.

—Mi esposo me golpeó al verme de pie junto a la ventana, pensó que estaba viendo a otro hombre.

—¿Qué? ¿te culpó y además te hizo eso? —te dió rabia escuchar el maltrato que había sufrido.

—¡Está bien! no pasa nada, lo merecía, aprendí mi lección. —aclaró sonriendo como si nada.

—Tu tienes una piel limpia, tu esposo debe amarte mucho, ni siquiera ha cortado tu cabello. —mencionó de nuevo Jurie, quien padecía alopecia y sus pocos rizos castaños estaban cayéndose a pedazos.

—¿Mi cabello?

—Los hombres de este reino cortan el cabello a sus esposas para que no cautiven a otros. —explicó Hazel en voz baja.

—Nos vuelven feas y después ni ellos quieren tocarnos. —entristeció Jurie.

—¿Tu esposo aún duerme contigo? —indagó Navet, haciendo que se te revuelva el estómago de sólo pensarlo, pues seguías furiosa con él.

—Ese infeliz... —pensaste— sí, todos los días. —dijiste haciendo una mueca de resignación.

—Qué envidia, a ella todavía la tocan. —murmuraron entre sí.

Eran chicas extrañas a tu parecer, no entendías cómo podían desear tener relaciones con sus esposos siendo tan crueles y violentos con ellas.

—Mi marido no ha dormido conmigo desde que me hizo su esposa. Sólo me quería para darle un hijo y mi piel se estiró tanto que terminé viéndome gorda. —contó Hazel.

—El mío me trata peor que un perro, cómo quisiera que me amara como a ti. —confesó Navet— Jamás te ha golpeado, te viste como una reina, no corta tu cabello y te da placer cada noche.

—No tienes idea de lo afortunada que eres. —agregó Jurie, tomándote por sorpresa con esa frase.

—¿Afortunada? ¿eso soy? —pensaste profundamente confundida— después de que me obliga todos los días a tener relaciones y se burla de mi, incluso me ha marcado cuál ganado, que desprecio siento por los hombres de este lugar.

Definitivamente no estabas pasándola en grande con la visita. Cuando Chrollo volvió de su reunión, la situación no hizo más que empeorar.

—Te quedarás aquí hasta que vuelva. —dijo sin rodeos.

—¡Espera! llévame contigo, no quiero quedarme aquí sola. —pediste desesperada.

—No puedes ir conmigo. —aclaró Chrollo acariciando tu mejilla— ¿Qué acaso no era eso lo que querías? un día dijiste que prefieres vivir en cualquier lugar donde yo no esté, tendrás una libertad temporal, disfrutala.

—¿Cómo sabes que no escaparé? —preguntaste a modo de amenaza.

—No lo harás, estoy seguro de eso.

—¿Y si me matan? si tratan de hacerme algo, ¿no te importa?

—Vas a estar bien, conozco a mi gente, y ellos a mí. —enfatizó con autoridad. — Navet, Jurie, Hazel cuiden de ella.

—Sí, señor Lucilfer. —se inclinaron las tres al unisono.

—Salgan de aquí, necesito hablar a solas con mi esposa. —ordenó siendo obedecido de inmediato. —Divirtámonos un poco, antes de que me vaya.

Lo sabías, no pasaba día sin que se olvidara de cogerte.

El duro y frío suelo te incomodaba, sobre todo porque presentías que la madera vieja de esa casa tenía múltiples orificios por donde cualquiera del exterior podía espiar.

Su posición favorita era obligarte a montarlo y hacer que su pene tocara fondo dentro de ti, observando tus senos moverse al ritmo de tus caderas.

—Ya eres una experta en esto, ¿no es así? —Chrollo estaba orgulloso de lo bien que aprendiste los últimos meses. —Tu entrenamiento ha comenzado a dar frutos.

Aguantabas las ganas de responder con odio, en especial debido a que los continuos golpes en tu interior te mantenían gimiendo y hacías lo imposible por evitar que esos ruidos llamaran la atención de más espectadores.

Él sostenía tus senos con sus manos, apretándolos hasta que tus pezones se endurecieran.

—Me dan ganas de morderlos. —dijo jadeante.

—¡N...ni... lo... s...sueñes...! —advertiste con la poca coherencia que aún te quedaba, llegando al clímax con un arqueo esplendoroso para ambos.

Sacaste su miembro tras correrse, derramando el semen que llenaba tu útero por tus piernas, y cayendo al suelo boca abajo, con las piernas adoloridas.

—Volveré en 7 días —avisó Chrollo, vistiéndose— intentaré que sea antes.

Tú mantenías la mirada contra el suelo, aún recobrando la respiración.

—No me importa, ya lárgate.

Prisionera [+18] [Completa]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora