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AVIC APRENDIÓ EL SIGNIFICADO DEL DOLOR cuando aprendió a leer y escribir

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AVIC APRENDIÓ EL SIGNIFICADO DEL DOLOR cuando aprendió a leer y escribir. Palabras que había aprendido desde el fondo de su pecho y lo más recóndito de su alma:

Ni ella ni su hermano serían el orgullo de su padre.

Él quería un varón, pero lo único que le había dado era una niña que pensaba deshacerse en algún momento, tan sigilosamente como una serpiente al ver un pequeño ratón indefenso. Suerte lo llamó su madre, de no haber muerto, suerte de seguir respirando, cosa que pagaba aprendiendo las normas de etiqueta y el comportamiento que debía tener una "dama" dentro de las fauces del juicio de la sociedad, cuando ni aquella sociedad estruendosa aceptaría lo que estaba pasando en aquel cuarto oscuro.

Oía a las paredes hablar de verdades de su familia que ni el ser más osado se atrevería a navegar por aquel mar turbulento de cosas que no podía comprender, pero los murmullos le decían que era algo que no le debía de importar, sólo tenía que seguir siendo suertuda para no acabar siendo botada peor que una basura, era lo que siempre le advertía su madre, «sonríe frente a tu padre Roderick y enséñale la pequeña mujer que eres», por más que lo hacía, siempre la pasaba de largo y continuaba buscando la forma de destapar el ataúd de alguien que nunca podría volver a ver un amanecer, pues su único orgullo nunca podría volver, su único heredero y su único hijo. Era lo que sabía y lo que sentía, pero era suertuda de tener una buena cama, por saber el alfabeto y el valor que tenía cada libro, era suertuda por tener dinero y el futuro escrito desde antes de nacer: Casarse con el mejor postor que le pueda traer más lujos y riquezas a su familia. Pero no podía evitar desviar su mirada del libro aburrido que la obligaban a leer todo el tiempo, su hermano se encontraba jugando en el verde pasto con la pelota que le regaló su madre por cumpleaños, su sonrisa se dibuja de oreja a oreja, mientras la brisa mañanera golpeaba su rostro jubiloso, pero aquel sueño de estar ahí en su lugar no dura mucho cuando la regla de Madam Poppy azota su escritorio haciendo que su cuerpo de un pequeño salto en su lugar, lo único que la hizo temblar fue aquella mirada severa que traía consigo su instructora.

—¿Quieres ser una verdadera dama de la sociedad?—la pregunta era demasiado obvia en su mente, era un rotundo "no", lo último que quería era casarse con un viejo rico que nunca se bañaba y no salir a jugar como lo hacía su hermano, no comer como lo hacía él y no recibir halagos cuando hace algo bien, pero debía mantener el nombre de la familia Burgess en lo alto y no desviarse de los deberes por los que sigue ahí, rodeaba de oro y aliento. Lo último que quería era decepcionar a su madre.

—Sí—afirmó sin voz, ni sentimientos. Como la cabeza de la familia debía de ser, como aquella mujer quería formarla. Satisfecha con él resultado de su creación, comienza a explicar acerca de la economía del país y de la importancia que tenía la estabilidad económica de la familia en sus manos.

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