Aquel día tendría que haber sido como otro cualquiera para la princesa Anna de Arendelle. Cuantísimo habría agradecido que así hubiera sido... Se habría vuelto a encerrar trece años y más, muchos más, si así pudiera haberlo convertido en un día normal. Habría vuelto a sentir las garras de la soledad y el abandono en su propia piel. Se habría congelado hasta morir mil veces. Pero nada de eso podía hacer que aquel día fuese normal. Y no lo fue. En absoluto.
Ese día, su vida se derrumbó.
No recordaba nada de lo que había hecho por la mañana. Supuso que se había levantado más bien tarde (como siempre), se había peinado ese cabello pelirrojo y rebelde que tenía, se había vestido (tampoco recordaba qué se había puesto), había desayunado con Elsa y con Idunn (¿chocolate, con el sabor amargo que tenía en ese momento en la boca y en todo el cuerpo?)... Y después, ¿qué?
Después, el mazazo. El golpe más grande de su vida. Y había tenido muchos golpes grandes en su vida, todos ellos antes de cumplir siquiera veinte años. Cuando Elsa la apartó, cuando sus padres murieron, cuando su hermana volvió a rechazarla en su palacio de hielo, cuando Hans partió su casi helado corazón en mil pedazos al contarle la verdad de lo que escondía en el suyo, aún más gélido...
Aquella vez, era muy distinto. Porque aquel día, tres personas que amaba partieron hacia la montaña. Y sólo dos de ellas habían vuelto. Al menos, con vida.
Aquel día... Kristoff había muerto.
Anna no quería saber detalles. Ni cómo, ni por qué. Oyó alguna que otra palabra suelta, pero no hizo caso. Cuando sus hijos bajaron el cuerpo inerte, frío y pálido de la montaña, lo único que ella quería era permanecer abrazada a él.
Acariciando ese rostro, que reflejaba dolor, cuyos ojos cerrados jamás volverían a mirarla. Esos labios que ya no volverían a dirigirle dulces palabras, ni a besarla. Esos brazos que nunca volverían a estrecharla con fuerza suficiente para no dejarla escapar.
Por eso, pataleó y gritó como nunca cuando fueron los brazos de su hijo los que le apartaron de su lado.
-¡No! ¡NO! ¡Kristoff! ¡Por favor! –Chillaba, entre sollozos y lágrimas que se le colaban en la boca, llenando de sal su amargura.
No se le ocurrió pensar siquiera en que estaba haciendo daño a sus tres hijos, que la sujetaban como podían e intentaban calmarla, sin éxito.
Lo que recordaba después también estaba borroso. ¿Por las lágrimas, o porque tampoco quería recordar? Poco le importaba. Muchas imágenes se sucedían ante sus ojos. Su hermana, desesperada, intentando consolarla. Sus hijos, abrazándola una y otra vez.
Se vio a sí misma, como desde fuera, el día del funeral. Extraña sensación. Al menos, no estaba sola, como la última vez. Elsa le apretaba la mano izquierda con la suya, siempre tan fría. Idunn hacía lo mismo con sus hermanos, tendiendo una mano a cada uno, mientras Erika temblaba y Kristoffer se limitaba a mirar al suelo.
Anna palpó con la mano derecha el objeto de textura rugosa que llevaba en un bolsillo oculto de su vestido negro. Llegado el momento, cada uno de los asistentes, que no eran pocos, dejaron bellas flores de diversos colores delante de aquella gran roca con su nombre. Ella se acercó, soltándose de la mano de su hermana, para dejar el contenido de su bolsillo.
Una zanahoria.
Cerró los ojos. Cuando los volvió a abrir, estaba en su cama, con la cara humedecida por sus lágrimas. Lo primero que hizo fue volverse hacia el lado donde debería estar durmiendo su esposo. Y allí estaba. Respirando acompasadamente, con los ojos cerrados y una expresión tranquila.
Cogió uno de sus anchos brazos y se abrazó a él, tomándole de la mano, mientras seguía convulsionándose entre hipidos y sollozos. Lo que, evidentemente, acabó despertándole. Él acercó su rostro al de ella, tanto que pudo notar su aliento cuando le susurró.

ESTÁS LEYENDO
Frozen Fractals (Segunda Temporada)
FanfictionContinuación de la Primera Temporada del fanfic Frozen Fractals.